domingo, 28 de febrero de 2016

LA REPÚBLICA ALMADRABERA





Alberto Casas.

            La explotación de las almadrabas es una de las pesqueras más antiguas que se conocen, y existe constancia de su actividad desde los fenicios a los que se atribuye su introducción en las costas del sur y del levante español. De su importancia económica y social nos da una idea el hecho de que el atún figure como uno de los motivos emblemáticos que aparece, principalmente durante los siglos IV y III a. de C. en las monedas del Algarbe, Gades, Baelo Claudia, Abdera, etc. Estrabón, al hablar de la Turdetania, comenta: Tiene sal fósil y muchas corrientes de ríos salados, gracias a lo cual, abundan los talleres de salazón de pescado que producen salmueras tan buenas como las pónticas.
   Opiano (II d.C.) en su obra Haliéutica deja la siguiente definición sobre las almadrabas:

Se despliega en el seno de las agua una red, cuya disposición se asemeja a la de una ciudad, se ven galerías y puertas y una especie de calles en su interior…

   Se discute si los árabes continuaron cultivando esta industria, dado su rechazo al consumo de la carne de atún al que llamaban cerdo marino, y, sin embargo, casi toda la nomenclatura almadrabera etimológicamente es árabe, empezando por la misma palabra almadraba y otras, como jábega, mojama, arráez, atalayero, chanca, etc.
   En plena Reconquista, Sancho IV en 1294, concede las rentas de las almadrabas a Alonso de Guzmán el Bueno, privilegio refrendado por Fernando IV desde el río Guadiana hasta la costa del reino de Granada. Cuando los Guzmanes recibieron el ducado de Medina Sidonia, entre sus títulos ostentaban el de Señor de las almadrabas de la costa de Andalucía.
   Eran renombradas las factorías salazoneras de Conil y Zahara a las que se trasladaban miles de personas de toda laya y regiones durante la primavera y el otoño, cuando se aprestaban las jábegas, primero las del derecho y después las del revés o retorno, según los atunes, estimulados heliotrópicamente, emigran del Atlántico al Mediterráneo (migración gamética) para desovar, y una vez hecha la puesta, vuelven cruzando el estrecho de Gibraltar para entrar en el Océano (migración postreproductora).
   A las almadrabas, en la temporada de la levantá, acudían tanto al olor de una aventura única e inolvidable, como al fascinante resplandor del caudaloso río de ducados y maravedíes que desembocaba en las doradas arenas de aquellas playas. Genoveses, catalanes, valencianos, marineros, mercaderes, barberos, cirujanos, misioneros, estudiantes, aventureros, pícaros, rufianes, tahúres, proscritos, prostitutas, desertores, nobles, hidalgos desgarrados y caballeros que colgaban de su blasón el preciado testimonio de su participación en la República Almadrabera, democrática y libertaria, que se regía por un código ancestral, no escrito pero rigurosamente acatado y cumplido, y si procedía, sumariamente juzgado y sentenciado con la inhibición de la justicia oficial que hacía la vista gorda y oídos sordos a los excesos y desmanes que se cometían, pues esta actitud de abstención era la receta más eficaz para el reclutamiento de la cantidad de mano de obra que necesitaba el complejo y duro ajetreo jabeguero; de ahí el refrán mata al rey y vete a Conil, simbolizando unos derechos de libertad e impunidad que en cierto modo estaban recogidos en la Carta Real promulgada por Alfonso XI en 1333 otorgando el perdón a quienes sirvieran en las almadrabas un año y un día por lo menos, por razón de cualesquier maleficios en que se ayan acaecidos, así de muertes de omes como de robos e tomas e como de otras cosas cualesquier que ayan fecho…
   El espectáculo del mar de sangre que producía la levantá, en el que era un privilegio zambullirse, cuchillo o cloque en mano para matar a los atunes que furiosamente se debatían en el mortal coso, era el momento cumbre en el que más de uno resultaba gravemente herido. Pero esta febril actividad de trabajo, riesgo, valor y destreza estaba acompañada del gaudeamus, el juego, el cante y el negocio del amor, alegría desenfrenada que los hacía presas fáciles de los piratas berberiscos, de ahí el dicho anochecer en Zahara y amanecer en Túnez. De estos jolgorios destacaban sobre todos los que se celebraban en los campamentos instalados a orillas del río Cachón; acudir a ellos se  vulgarizó con el dicho ir de cachondeo, expresión que aún se usa.
   Otra situación inestable estaba latente en las reyertas entre bandos rivales, especialmente, los llamados de levante y los de poniente. En estas circunstancias la supervivencia y la ganancia eran atributos de los nombrados gentiles hombres de la playa, tratamiento del que sólo estaban investidos los pontífices de la maña y de la traza, artes maestras de la picaresca que en el siglo XVII cantó el poeta sevillano Félix  Persio Beristo, explicando la disciplinada organización de los tunantes del Arenal de Sevilla, una vez bien aprendidas las reglas de la aviesa tarea de sisa y engaño que habían de desempeñar en las almadrabas. La almadraba era la prueba de fuego que acreditaba la sólida madurez de un hombre:

Pasó por todos los grados de pícaros hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterrae de la picaresca…

“¡Oh pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios, pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover y de la plaza de Madrid, vistosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo deste nombre pícaro! Bajad el toldo, amainad el brío, no os llaméis pícaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de los atunes. Allí está la suciedad limpia, la gordura rolliza, el hambre pronta, la hartura abundante, sin disfrazar el vicio, el juego siempre, las pendencias por momento, las muertes por punto, las pullas a cada paso, los bailes como en bodas, las seguidillas como en estampa, los romances con estribo, la poesía sin acciones, aquí se canta, allí se reniega, acullá se riñe, acá se juega y por todo se hurta, allí campea la libertad y luce el trabajo; allí van, o envían, muchos padres principales a buscar a sus hijos, y los hallan; y tanto sienten sacarlos de aquella vida como si los llevaran a dar la muerte”
(Cervantes. La ilustre fregona).


   Los duques de Medina Sidonia, dioses de los atunes, en 1641 fueron desposeídos de sus privilegios señoriales, entre ellos sobre las almadrabas, por su participación en la conocida como Conjura de Andalucía, y finalmente, en 1817, queda abolida la concesión real, traspasándola a los gremios de la gente de mar y matriculados.

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