domingo, 24 de mayo de 2015

LA CONJURA SEVILLANA DE 1480

Alberto Casas.





No fueron fáciles, sino todo lo contrario, los comienzos del reinado de Isabel y Fernando a los que en 1494 el papa Alejandro VI concedió el título de Católicos. Problemas políticos, sociales, económicos y de toda índole les acuciaban pero también les vigorizaba, atemperaba y adoctrinaba.
   Una de las cuestiones que demandaba una solución urgente era terminar con la sangrienta pugna que mantenían los poderosos señores de Andalucía, don Enrique de Guzmán, duque de Medina Sidonia, y don Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, enfrentamiento que se habían convertido en una auténtica guerra civil que estaba causando grandes estragos en la región, situación que requirió la intervención personal de los reyes que se trasladaron a Sevilla en 1477 donde permanecieron un año, en cuyo transcurso la reina dio a luz al príncipe don Juan, el primero y único varón que falleció, de amor canta el romancero, el 4 de octubre de 1497.
   Conflictos de intereses agravados por el inmenso poder que ejercían los conversos, no sólo en Sevilla, sino en todos los territorios que estaban bajo la jurisdicción de los Medina Sidonia principalmente. Los soberanos, instigados por las turbulentas predicaciones del dominico fray Alonso de Hojeda, en las que prevenía vehementemente contra los que, además de practicar la herética pravedad, ejercían el omnímodo control de oficios, cargos públicos y aun religiosos de la ciudad: mayordomos, corregidores, ediles, jurados, arrendadores de las cuentas reales, letrados, etc. Se trataba de una comunidad que por otra parte se oponía a la férrea autoridad que los Reyes Católicos deseaban y lograron imponer a nobles y vasallos de todo el reino, lo cual y a corto plazo supondría  la pérdida de los privilegios  que gozaban.
   Pero el sólido bloque converso se tambalea amenazando su derrumbe total cuando los reyes deciden establecer en Sevilla la Inquisición, cuya creación había sido aprobada el 1 de noviembre de 1478 por el Papa Sixto IV en la Bula Exigit sincerae devotionis affectus. Los primeros inquisidores, los dominicos Miguel de Morillo y Juan de San Martín, se instalaron en el convento de San Pablo del que precisamente era prior fray Alonso de Hojeda, e inmediatamente mostraron su intolerancia pretextando defender la pureza de la fe y atacar el criptojudaismo, aplicando con todo rigor, severidad y abuso de poder cometiendo toda clase de excesos llenando las cárceles de inocentes cuyo pecado consistía en ser conversos, o simplemente sospechosos de serlo.

   Ante el cerco brutal a que se ven sometidos, los miembros más influyentes de la sociedad de marranos se reúnen secretamente en la casa del banquero Diego Susón, en la collación de San Salvador, donde traman un arriesgado plan de resistencia armada pasando por el asesinato de los inquisidores Miguel y Juan.
   Y es en este punto donde, al lado de la trágica realidad, brilla un patético halo de infortunadas leyendas románticas. Uno de los conjurados, Diego Susón, tenía una hija, Susana ben Susón la Susona, aclamada como la mas fermosa fembra de Sevilla, que andaba en amoríos con un caballero cristiano de distinguida familia sevillana. Una noche, la fermosa, sin ser vista, se enteró del complot que urdían los conjurados y temiendo que su amante pudiera ser una de las victimas de tan macabro plan, lo puso en su conocimiento; éste, sin dudarlo, puso la información recibida en conocimiento del Asistente de la ciudad Diego de Merlo, que de inmediato reunió las fuerzas necesarias que rodearon la casa deteniendo a los conspiradores conduciéndolos a prisión.
   De acuerdo con el manuscrito 1419 que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, los conjurados apresados fueron:

DIEGO DE SUSÓN.- Propietario de tierras al que se le suponía una fortuna de más de 10 cuentos.  Fue uno de los 24 que llevó el palio en el bautizo del príncipe don Juan. Algunas crónicas apuntan que antes de ser entregado al brazo secular se convirtió al cristianismo.
PEDRO FERNÁNDEZ BENADEVA.- Mayordomo de la Iglesia. Padre del canónigo Benadeva y sus hermanos. Tenía en su casa un gran arsenal de armas capaz para 100 hombres.
JUAN FERNÁNDEZ ABULAFIA el Perfumado.- Alcalde de Justicia y Letrado. Los Abulafia era una extensa familia de conversos ricos con grandes posesiones de tierras en Andalucía y Castilla, ejerciendo cargos importantes en la Corte, especialmente durante el reinado de Pedro I el Cruel. En Toledo la casa que conocemos como la del Greco, la construyó y vivió en ella Samuel Leví Abulafia.
JUAN ALEMÁN.- Pocasangre (poca sangre cristiana).
PEDRO FERNÁNDEZ CANSINO.- Veinticuatro de Sevilla y Jurado de San Salvador.
ALONSO FERNÁNDEZ DE LORCA.-
GABRIEL DE ZAMORA.- De la calle Francos. Veinticuatro de Sevilla.
AYLLÓN DE PEROTE.- El de Las Salinas.- Reconciliado y habilitado en 1494.
MEDINA el Barbado, hermano de los Baenas. Controlaba el mercado de la carne en Sevilla.
SEPÚLVEDA Y CORDOBILLA, hermanos, y su sobrino el bachiller RODILLA (otras crónicas apuntan que era el padre). Arrendador del pescado salado de las almadrabas de Portugal.
PEDRO ORTIZ MALLITE.- Cambiador de Santa María.
PERO DE JAÉN el Manco, y su hijo JUAN DE ALMONTE.
LOS ADAFES DE TRIANA, que vivían en el Castillo de San Jorge (Triana), que se convirtió en  sede y prisión de la Inquisición.
ALVARO DE SEPÚLVEDA el Viejo, padre de JUAN JEREZ DE LOYA.
CRISTÓBAL PÉREZ MONDADINA (o Mondaduro), de San Salvador.

   En el citado documento aparecen como los primeros quemados de la Inquisición, el primero de febrero de 1481,  siendo quemados seis de los conjurados y algunas mujeres. Tres días más tarde, fueron llevados al quemadero de Tablada, Susón, Benadeva, Abufalia y Alemán, pero en otras crónicas también figuran Lorca, Loya, Manuel Saulí, el mayordomo Bartolomé de Torralba, el fraile trinitario Salvariego, el anciano Foronda que dudaba del éxito del levantamiento, que subieron a la pira  con un Pocasangre.
   Entre el pueblo corría una coplilla que repetía:

Benadeva, dezí el Credo.
¡Ay que me quemo!

    La represión y persecución se extendió a todo el reino castellano, y de ella no escapó un privado  de Alonso de Aguilar acusado de decir, durante la proximidad de parir la reina Isabel, la frase la reina ha de parir o reventar. Cierto es que muchos escaparon, bien mediante sobornos, confiscación de sus bienes e incluso perdonados por una bula del Papa Sixto IV, como la influyente familia de conversos, los Fernández de Sevilla, protegidos del duque de Medina Sidonia.
   La interdicción cogió de sorpresa a Medina Sidonia que no pudo reaccionar, sobre todo ante la pasividad de los reyes, pero favorece la huida de los conversos dándoles refugio en las tierras de sus señoríos, principalmente en Huelva por su proximidad con la raya de Portugal. Los reyes para atraerlo a él y al marqués de Cádiz empiezan a ofrecerles parte de los bienes confiscados a los judíos.

   La Susona, desesperada y arrepentida ingresó en un convento de clausura del que la sacó el obispo de Tiberiades Reginaldo Romero, en algunas crónicas dicen Rubino, del que tuvo uno o dos hijos. Abandonada por el eclesiástico, llevó una vida miserable muriendo en la indigencia amancebada  con un especiero.  En su testamento ordenó que: y para que sirva de ejemplo a las jóvenes y en testimonio de su desdicha, mando que cuando haya muerto, separen mi cabeza de mi cuerpo, y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás. La tétrica calavera estuvo durante muchos años expuesta en su casa del barrio sevillano de Santa Cruz.
    Este fue el principio de una serie interminable de detenciones, torturas, confiscación de bienes, impuestos excesivos (fardas) y muertes, que culminaron con el Edicto de expulsión promulgado el 31 de marzo de 1492:

Nosotros ordenamos que los judíos y judías de cualquier edad que residan en nuestros dominios o territorios que partan con sus hijos… y que no se atrevan a regresar… y si acaso es encontrado en estos dominios o regresa será culpado a muerte y confiscación de sus bienes…

   Incluso Colón se hace eco del Edicto y lo manifiesta en el Diario de Navegación: Así que, después de haber echado todos los judíos de vuestros reinos y señoríos…
   Desgraciadamente la Inquisición no fue el río de sangre que lavó los pecados de una supuesta herejía en un momento concreto, sino que siguió fluyendo durante cuatro siglos más, dejando tras de sí una vergonzosa estela de injusticia, crueldad, vesania y arbitrariedad gratuitas.  

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