martes, 28 de octubre de 2014

HISTORIA NATURAL DEL LIBRO (Rocas, arcillas, papiros, incunables,... )



  Alberto Casas.

El libro, tal como hoy lo conocemos, en realidad no es más que un producto emanado de la Naturaleza, del liber, o sea de la parte interior de la corteza de las plantas, que la humanidad durante miles de años esperó a que el hombre aprendiera a manifestar sus sentimientos, fantasías y necesidades, a través de una representación ideográfica que pudiera ser entendida con claridad y facilidad. Este instrumento de comunicación visual se constituye, desde el primer instante, en el depósito del pensamiento humano, mensaje precursor de la escritura inventada por el dios Toth (el Hermes griego), que se transmite y evoluciona mediante un milenario proceso mental encaminado a que signos, símbolos y figuras revelen unas reglas vitales de las que dependerá la supervivencia del género humano. Este artilugio intelectual es el fundamento de la escritura, la qubbu sumeria.

 Las primeras muestras ilustradas realizadas por el hombre, la pintura y la escultura, son esencialmente escritura y lectura a la vez. Más tarde, el perfeccionamiento y recreación de estas expresiones gráficas se convierten en arte. Altamira, Cartailhac, Lascaux, Twytelfontein y tantas otras calificadas como santuarios del arte rupestre, en realidad lo son de la escritura rupestre. Fuego, escritura y lectura impulsan la universal peregrinación en la que irán desapareciendo los más débiles, los inadaptados y los analfabetos.
   Con la aparición de la agricultura, la domesticación de algunos animales y el abandono de las cavernas, el hombre comienza a esquematizar las grafías recurriendo al material que tiene a mano, blando, maleable y en abundancia: la arcilla (tittum en sumerio), sustancia que se moldea a discreción y que es la misma que usó el Creador para fabricar al primer hombre. El bisonte, el buey, el toro y el camello se representan con trazos muy simples: es el Aleph, cuyo desarrollo culmina en el Alefato y posteriormente en el Alfabeto, invención, dicen, de los fenicios, allá por los 1.100 a. C.: aquellos fenicios que vinieron con Cadmo trajeron a la Hélade el alfabeto que hasta entonces había sido desconocido, creo yo, por los griegos (Homero).
   Las tabillas de barro pueden considerarse los primeros libros de la Historia, siendo famosas las alrededor de 20.000 encontradas en 1849 en Ninive por Layard en la biblioteca del rey Assurbanipal, y de las más famosas en el mundo entero son las que contienen el Poema de Gilgamesh, y estamos hablando de hace unos 5.000 años. Las tablillas se grababan con un instrumento duro, delgado y afilado, el estilo, de hueso, madera o metálico, precursor del cálamo, hecho de la parte hueca de la caña o de la pluma de las aves. La tablilla podía fabricarse del tamaño que conviniera y lo escrito podía borrarse o conservarse mediante su secado. Era portátil, fácil de transportar y almacenarse.              
   Pero casi simultáneamente, en las riberas inundadas del Nilo crecía y abundaba el papiro (cyperus papyrus), usado, desde tiempos muy antiguos como remedio curativo y nutritivo. Cabe la conjetura que de su manipulación terapéutica surgiera la idea de unir las delgadas láminas del tallo para elaborar lienzos aptos para escribir sobre ellos. El proceso, complejo y secreto, proporcionaba folios (hojas) de hasta 5 y 6 metros de largo por 1 de ancho que, para guardarlos en vasijas o transportarlos de un lado a otro, necesitaban ser enrollados sobre un cilindro de madera o de metal al que los romanos daban el nombre de  umbilicus (ombligo): es así como aparece el volumen: Dícese de los libros que antiguamente eran como hojas o cortezas de los árboles que se enrollaban o envolvían, aunque se generalizó la acepción de rollos, o cartas, según los griegos. El papiro permitía, no sólo una escritura más pulcra, sino que los signos iban articulándose con un valor fonético concreto para cada uno de ellos, fundamento del alfabeto que los fenicios adaptaron a sus peculiaridades lingüísticas y caligráficas, propagándolo por todos los pueblos del Mediterráneo.

    Seguramente, la biblioteca de Alejandría es la más famosa de la Historia y se señala su fundación en el siglo IV a. J.C., bajo el reinado de Ptolomeo I Sóter. En dos grandes edificios, el Museo y el Serapeum, se empezaron a colocar la ingente cantidad de libros que llegaban de todo el mundo conocido, hasta alcanzar la cifra de 700.000 rollos o volúmenes, perfectamente ordenados y clasificados por autores, temas, antigüedad, lengua y procedencia. Guerras, incendios, saqueos y terremotos acabaron con unos de los bienes culturales más valiosos de la humanidad. En Grecia abundaron las bibliotecas privadas y fue tal la afición a la lectura, que se inventó el verbo pateo para expresar que se patea un libro cuando es leído, repetidamente, una y otra vez.
   El rey de Pérgamo, Eumenes, se empeñó en tener una biblioteca capaz de competir, en cantidad y calidad, con la de Alejandría, pero Ptolomeo V prohibió la exportación de papiros previendo una competencia que le dañaría gravemente. Esta carencia se suplió probando la escritura con los cueros de diversos animales, ensayos origen del empleo de las pieles de ovejas, debidamente pulidas y tratadas, sustituyendo ventajosamente al papiro; estas pieles se bautizaron con el apelativo de pergaminos en homenaje a la ciudad de Pérgamo. Se trataba de un material más duradero, fuerte y flexible, en el que se podía escribir por ambas caras e incluso borrar lo escrito y escribir otra obra distinta; este nuevo texto se llama palimpsesto, y el artificio fue muy utilizado en la Alta Edad Media. Existía un tipo de pergamino de mejor calidad y más fino, la vitela,  que se obtenía de reses recién nacidas o nonatas. Un método innovador fue la invención de coser unas con otras hasta completar el discurso, denominándose Códice (del latín Codex: libro, obra manuscrita. Por derivación, Código) al bloque de hojas manuscritas y cosidas, conceptuándose como Códices los libros de esta traza, hasta la aparición de la imprenta.
   En la Edad Media, los monjes implantaron el sistema de agregar a los Códices las portadas, es decir, la primera hoja del libro en la que se consigna el título, nombre del autor, fecha y cualesquiera otros datos identificativos de la obra, a la que más tarde se añadieron las cubiertas o tapas protectoras, así como el colofón, donde, al final, se explicaba el trabajo realizado, significado de las abreviaturas, etc. (suele haber cierta confusión al distinguir la portada de la tapa o cubierta). En esta época, se producen Códices iluminados y miniados, principalmente los Beatos, portentosas obras de arte, únicas e irrepetibles.

   Sobre el siglo XII aparece el papel (etimológicamente, de papiro) y en España hay constancia de que en 1150 se fabricaba en Játiva. En principio se le consideró un material ruín, llegando a prohibirse como elemento útil de escritura. Con la invención de la imprenta, la industria del libro sufre un cambio radical, pues el manuscrito desaparece prácticamente para dejar paso a la letra impresa. El inicio del revolucionario sistema se data el 15 de Agosto de 1456, con la impresión, página por página, de la Biblia de 42 líneas del orfebre Juan Guttemberg (1399-1468), en su taller de Maguncia. A partir de este momento, la imprenta se establece en Europa y el papel va imponiéndose sobre el pergamino. En España, varias ciudades se disputan el honor de haber instalado la primera imprenta, aunque parece ser que fue en Segovia, en 1471/2. Todos los libros impresos entre 1456 y 1500 reciben el nombre de Incunables.

   Con la imprenta, el libro tuvo una gran difusión, pues de un mismo ejemplar podían tirarse cientos y miles de copias que facilitaban la lectura y el acceso a la cultura del pueblo llano y, especialmente, a las Universidades. El imperio del papel y las nuevas técnicas en la impresión, linotipia, fotograbado, offset, informática, etc., han contribuido, y contribuyen, al desarrollo cultural de los pueblos. No olvidemos que el vocablo liber, libro, significa también libre, y liber-tas, libertad.