domingo, 24 de agosto de 2014

LUIS I, REY DE ESPAÑA




Alberto Casas.        

Este rey, desconocido por gran parte de los españoles, era el mayor de los cuatro hijos que Felipe V, nieto de Luis XIV y el primer Borbón que reinó en España, tuvo con su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya: Luis, Felipe Pedro, Felipe Pedro Gabriel y Fernando, que a la muerte de su padre reinó como Fernando VI. Al morir su esposa, el rey vuelve a contraer nupcias el 24 de Diciembre de 1714 con Isabel de Farnesio, mujer inteligente, autoritaria y ambiciosa que le dio siete hijos: Carlos, Francisco, Mariana Victoria, Felipe que fue rey de Parma, María Teresa Antonia Rafaela, Luis Antonio Jaime y María Antonieta Fernanda.
   Luís Antonio a los ocho años de edad ya lucía el capelo cardenalicio como Primado de España, pero colgó la purpúrea capa para contraer matrimonio morganático con María Teresa de Villabriga y Rozas y ostentar el título de XIII conde de Chinchón.
   Carlos heredó el trono de Nápoles y Sicilia, siendo el primero que ordenó se hicieran excavaciones arqueológicas de manera exhaustiva hasta sacar a la luz las ruinas de Pompeya y Herculano, sepultadas por la lava y cenizas arrojadas por la erupción del Vesubio en el año 79 d. J.C.; al fallecer su hermanastro Fernando VI sin sucesión, fue nombrado rey de España como Carlos III, llamado el mejor alcalde de Madrid. 
   Luis de Borbón y Saboya, el primogénito de Felipe V, había nacido en Madrid el 25 de Agosto de 1707, día que se conmemora la festividad de San Luís de Francia, motivo por el que se bautizó con ese nombre, y dos años más tarde, el 7 de Abril de 1709 fue proclamado príncipe heredero. Al morir su madre sólo tenía siete años de edad y su madrastra, Isabel de Farnesio, lo alejó de la Corte dejándolo en manos de tutores, entre ellos a Anne Maríe de la Trémoille, princesa de los Ursinos, que había sido Camarera Mayor de la fallecida reina y actuaba como agente de Luis XIV. Mientras tanto el rey se va despreocupando cada vez más de los asuntos de la nación debido, entre otras causas, a las continuadas crisis depresivas y neurasténicas que padece, así como estados prolongados de melancolía que en ocasiones le sumían en una total indolencia hasta el extremo de la pérdida del respeto de si mismo, incluso en sus actos más íntimos, llegando a recibir las visitas de personajes de la corte, diplomáticos, ministros y embajadores mientras hacía sus necesidades, ya fuera de pie o en cuclillas.
   En estas circunstancias, el rey en sus momentos más lúcidos, toma conciencia de que debe retirarse, posible decisión a la que se oponen tenazmente la reina y una serie de cortejadores, como el poderoso e influyente marqués de Grimaldo que, entre otras razones, aducen la juventud e inexperiencia del heredero, mientras que son muchos los partidarios del Príncipe de Asturias, argumentando que sobre cualquier otra consideración deben primar razones de Estado convenientes. El rey, finalmente y sorpresivamente, aunque las verdaderas causas no están demasiado claras, abdica en su hijo el 10 de enero de 1724, que sube al trono a los diecisiete años de edad como Luís I, y a quien el pueblo recibe con alborozo, calificándolo como un nuevo Moisés que ha de conducir a la nación a recuperar su verdadera identidad frente al espíritu galicano que se ha tratado de imponer, ya sea en las costumbres, en la vestimenta, la cocina, la arquitectura, etc; otros lo comparaban con don Pelayo, y circulaba un pasquín anónimo por Madrid en el que se leía: recobrará la perdida honra nuestra colocándonos en el antiguo trono de la fama, guiándonos valeroso por la senda de los triunfos.
    Ante estas esperanzas puestas en el nuevo rey, cariñosamente apodado Luisillo, empieza a llamársele también el Bienamado, el rey Liberal y otros títulos por el estilo, aunque los adeptos de la Farnesio le aplican otros más bochornosos aireando sus  travesuras de robar frutas en los huertos.
   Con 15 años de edad, el 20 de enero de 1722 lo casan en Lerma (Burgos) con la princesa francesa Luisa Isabel de Orleans que tenía entonces 12 años, razón por la que, ante la presencia de las autoridades eclesiásticas y Notarios del Reino, dejaron que durante un breve periodo de tiempo los recién casados se acostaran juntos, pero sin que consumaran el matrimonio, de lo que dieron fe los ínclitos testigos. La elección de la consorte resultó una decisión desafortunada o, por el contrario, perversamente planeada. Cuando ambos reinos, España y Francia, acordaron el enlace, la princesa ni siquiera estaba bautizada, y la Corte francesa rápidamente la cristianó con el nombre de Luisa Isabel. Algunos cronistas de la época insinúan que además era analfabeta, y su conducta como reina consorte, desde el principio fue escandalosa, procaz e inmoral; deslenguada y descarada, comía y bebía con una voracidad insaciable y ponía en serio compromiso al personal de palacio paseando por los salones desnuda o semidesnuda con ademanes obscenos y provocativos. La desunión y desavenencias entre la pareja eran cada vez más notorias, e incluso el rey la encerró bajo llave durante unos días como castigo, correctivo que no sirvió para nada. Únicamente había armonía entre ellos cuando satisfacían su desenfrenado apetito sexual. Pero en los corrillos aristocráticos corría el rumor  que existía la orden de que con gran secreto se sondeara en Roma cuál sería la disposición del Papa en el caso de que se solicitara el divorcio.   
   Inesperadamente el rey enfermó diagnosticándosele una viruela maligna con escasas perspectivas de atajarla, como así ocurrió, acentuándose la gravedad, falleciendo el 31 de agosto de 1724, finalizando el reinado más corto de la Historia de España, solo 229 días. Es de justicia decir que su esposa le atendió solícitamente sin apartarse de su lado, aun a costa de contagiarse, como así ocurrió, pero teniendo la fortuna de curarse. Dos o tres días antes del óbito, el Presidente del Consejo de Castilla, el Inquisidor General y el Arzobispo de Toledo le presentaron un documento declarando a su padre heredero del trono, diploma que el rey firmó seguramente sin haberlo leído ni saber de que se trataba. Sin embargo, se propaló el rumor de que el rey fue envenenado por un grupo particularmente afín a Isabel de Farnesio: el cirujano parmesano Servi, que supuestamente fue el que le administró el veneno, ayudándose de una tal Laura, ama de leche, el padre Guerra, confesor de la Farnesio y el marqués Scotti, consejero artístico  y durante la infancia del infante don Luís fue nombrado su ayo.
   A Luis I correspondía sucederle su hermano Fernando, que ese mismo año fue investido príncipe de Asturias, pero al solo tener once años de edad, su padre, Felipe V,  de acuerdo con el dictamen del Consejo de Castilla y una Junta de Teólogos, logrado a duras penas, nuevamente se hizo cargo de la Corona reinando hasta el año 1746, fecha de su muerte a los sesenta y tres años de edad, curiosamente el reinado mas largo de nuestra historia (1700-746).
   En cuanto a la reina viuda, Luisa Isabel, fue invitada a salir de España, trasladándose a Francia, muriendo en 1742 a los 33  años de edad.


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