martes, 12 de noviembre de 2013

EL COLLAR DE LA PALOMA.- IBN HAZM.


  Alberto Casas.           

  En los comienzos de la invasión árabe, en el año 711, los musulmanes se mostraron tolerantes con cristianos y judíos, no imponiendo la conversión más que voluntariamente, aunque una vez profesado el credo islámico no se podía apostatar so pena de incurrir en pena de muerte, de acuerdo con lo establecido en la ley coránica. Sin embargo, fueron muchos los hispanos del sur que descontentos de los reyes godos se pasaron a las filas de los conquistadores, incluso abrazando su religión, principalmente durante la gobernación de Abd al- Aziz, hijo del general Muza, casado con Egilona, rubia ella, viuda de don Rodrigo, el último rey visigodo. Los nuevos musulmanes, o muladíes, constituían los Banu Aljamas, como el de Banu Hazm, formada por una antiquísima familia de ricos hacendados, probablemente descendientes de los celtiberos de Huelva (Sánchez Albornoz.- España, un enigma histórico), propietarios de grandes heredades en una zona llamada Mon Lisan, hoy Montija, muy próxima a Huelva (Welba), y dedicada preferentemente a la agricultura y a la ganadería, aunque también tenían intereses en la pesca, especialmente la de sardina, pero, sobre todo, el clan ha pasado a la posteridad porque a ella perteneció el gran poeta, polígrafo y filosofo Ibn Hazm (Abu Muhammad Ali ibn Hazm) autor del poema El collar de la paloma, universalmente conocido.

    Sa id, el patriarca de los Banu Hazm, participó activamente en las sangrientas luchas civiles promovidas por los partidarios de los  abbasíes liderados por Ibn al-Chilliqí (el hijo del gallego), que al salir en principio victoriosos invadieron las tierras de Niebla (Labla) desde su cuartel general instalado en Mérida, obligándolo a huir a Córdoba (Qurtuba) donde fue bien acogido, reconociéndosele el apoyo y fidelidad inquebrantable que desde el primer momento había mostrado al príncipe Omeya Aderramán I que, derrotando a los  abbasíes mandados por el gobernador de Córdoba Yusuf, fundó el primer Emirato de al-Andalus.
   Al llegar a Córdoba, capital del reino musulmán y que en aquella época estaba regida por Abderramán III, que instauró el primer califato independiente de Bagdad, se había convertido en la ciudad más importante de Europa, tanto por el número de sus habitantes, las crónicas hablan de alrededor de 1.000,000, así como por el esplendor de su cultura y la belleza de sus jardines y magníficos palacios y templos, como la gran mezquita empezada por Abderramán I y la deslumbrante Madinat al-Zahara, iniciada por Abderramán III en homenaje a su concubina favorita Zahara.
   El favor que gozaba Sa id en la sociedad cordobesa sirvió para que su hijo Ahmad, hombre culto, refinado y honesto, se introdujera en la compleja y elitista burocracia palatina, ganándose la confianza del califa al-Hakam II, célebre, entre otras vicisitudes, por su grandiosa biblioteca donde se depositaban más de 400.000 volúmenes a la que acudían estudiosos de todo el mundo conocido. A pesar de su corto reinado (961-976) y distinguirse por ser un monarca amante de la paz, que sólo pudo obtenerla tras derrotar a los cristianos en San Esteban de Gormaz y más tarde a los vikingos, o machus, como eran llamados por los árabes, que después de subir por el río Odiel saqueando sus poblaciones, remontaron el Guadalquivir encontrándose en Sevilla con la flota musulmana que les infringió una severa derrota obligando a muchos de ellos a huir y refugiarse en los extensos arenales de la Rocina, donde se les dejó instalarse con la condición de que se dedicaran a labores pacificas, agricultura, cría de caballos, etc. Este asentamiento nórdico es el origen de los rubios de la comarca de  Almonte y Doñana.

   Ahmad alcanzó altos puestos dignatarios en la Corte y Almanzor lo llevó a su residencia de al-Yazira, nombrándolo Visir, pero a la muerte del caudillo árabe, en los sucesivos reinados empezaron a reinar el caos y la decadencia del califato con continuas guerras civiles entre facciones de bereberes, abbasíes y ziríes que desembocaron en la descomposición y desmembramiento del reino y la diáspora de los Omeyas y de sus seguidores, como los Banu Hazm, cuya adhesión y lealtad les causó la ruina, el embargo de sus bienes, la prisión y el destierro.
   Ibn Hazm compartió el triste destino de su padre Ahmad deambulando de un lugar a otro, y fue estando en Játiva, sobre el año 1022, cuando empezó a escribir, en árabe culto, su obra magistral El collar de la paloma (Tawq al-Hamẫma). El manuscrito de esta joya literaria fue descubierto por el gran arabista Reinhardt Dozy en 1841, y su lectura sorprendió y entusiasmó a historiadores y literatos que de inmediato la proclamaron como el poema lírico más sublime, fascinante y elegante que se ha escrito en la historia de la literatura arábiga, en la que se exponen, poética y delicadamente, las reflexiones propias que el autor vierte sobre el amor, en las que se manifiestan unos sentimientos que brotan, espontáneamente, de su arraigado temperamento hispano-andalusí, distinto del de los poetas árabes (persas, egipcios, sirios etc.).

  Proscrito y cansado de peregrinar y de ser perseguido, acosado y denostado hasta el punto de que el régulo de la taifa de Sevilla al-Mutamid había ordenado quemar todos sus escritos: quemaréis el papel, pero no quemaréis el pensamiento a él confiado y menos aún el que está en mi cerebro.

   Hostigado y marginado, resolvió retornar al venero de su estirpe e individualidad, el predio de Montija en Huelva, donde pasó sus últimos años y en el que falleció y fue enterrado en 1064.

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