lunes, 14 de octubre de 2013

EL SOMORMUJADOR


Alberto Casas

BUZO.- Nadador hábil que por naturaleza ó aprendizage se ha acostumbrado á sufrir el resuello largo tiempo debajo agua, pudiendo de este modo reconocer los objetos sumergidos y operar sobre ellos. En los arsenales, y bajo la dirección del Buzo Mayor, hay escuela de este oficio en la que se dan plazas efectivas á los ya diestros en él, destinándolos al servicio en los mismos arsenales y delos buques de guerra. Dícese también Buzano, Somorgujador, y    Somormujador. (TimoteoO’Scanalan (1831).- Diccionario Marítimo Español).
La actividad del buceo es practicada desde los tiempos más remotos, de ello dan fe los pescadores de perlas y de esponjas entre otros: No hay trabajo peor ni más penoso para los hombres que el de los cortadores de esponjas (0piano,  Haliéutica), opinión que comparte Plinio en su Historia Natural. Asimismo, hay constancia de su práctica en Egipto alrededor de 5.000 años a. C.,  y en la mitología griega, Teseo hubo de bajar al fondo del mar para recuperar el anillo de oro del rey Minos.

  En el Museo Británico se expone una tabla en la que se ve a Assurbanipal II, (el Sardanápalo griego), siglo IX a. C., famoso no sólo por sus banquetes y su biblioteca de más de 10.000 tablillas, sino que, en dicha plancha, aparece buceando pero respirando a través de un odre lleno de aire que lleva bajo su pecho, lo cual es una muestra de que ya, desde la antigüedad, se utilizaban artilugios que contribuían a que se permaneciera el mayor tiempo posible sumergido. La expedición submarina del rey persa nos revela una acción militar muy utilizada por esta clase de guerreros, de cuya eficacia naval tenemos amplias referencias en la Historia de la guerra de Peloponeso de Tucidides, o la extraordinaria hazaña de  Escilias de Ciona, narrada por Herodoto (Los nueve libros de la Historia. Libro VIII), que decidió abandonar el bando persa de Jerjes y pasarse al griego liderado por Temistocles. Con esta idea se arrojó al mar en el puerto de Afetas y buceó hasta el de Artemisio en la costa de la isla de Eubea. La distancia entre ambos lugares era de 80 estadios (unos 14 kilómetros), que atravesó nadando bajo el agua para no ser descubierto. El historiador griego apostilla: mi criterio acerca de este punto no sea otro sino que llegó en algún barco a Artemisio. Es una opinión respetable, pero también puede valer que utilizara artefactos de inmersión, como los descritos por Aristoteles, como la lebeta (caldero), una especie de campana metálica invertida, o la trompa de elefante, un tubo a través del cual se respiraba el aire que penetraba desde la superficie, en la que el otro extremo flotaba sostenido por un flotador. Asimismo, la leyenda, recogida en el Libro de Alexandre (S. XII), cuenta como Alejandro Magno, durante el sitio de Tiro se hizo bajar al fondo del mar dentro de un barril acristalado; este tipo de escafandra se llamaba calinfa. De Opiano, en su obra Haliéutica, al referirse a la pesca del pez buey, leemos:

Cuando el pez buey ve sumergirse en las profundidades a uno de esos hombres que llevan a cabo su trabajo en el fondo del mar…

   Todos estos episodios demuestran que discutir o dialogar sobre este tema era corriente y objeto de atención en las cuestiones más diversas. Cuenta Diógenes Laercio que Eurípides solicitó de Sócrates su opinión sobre el libro de Heráclito, Syngranma, y el filósofo le contestó: lo que he entendido es excelente, para el resto se necesita un buzo de Delos.

   Plutarco (46-122 d. C.) en sus Vidas paralelas, narra como estando Marco Antonio de pesca con Cleopatra, y no dándosele muy bien los lances, para no quedar mal ante la reina, mandó a unos buceadores, o urinatores, como les llamaban los romanos, que engancharan en los anzuelos de su caña los pescados que ya había cogido. Cleopatra se dio cuenta de la patraña, y sin decir nada, lo invitó a una nueva jornada para el día siguiente, pero Antonio se encontró con la barca llena de gente. Empezado el evento, la reina envió a sus buceadores para que engancharan en el anzuelo del general romano un pez ya pescado días antes y que había sido salpresado. Cuando el romano lo izó a bordo y descubierta la broma, provocó la risa y el jolgorio de los asistentes. Tal vez la reina lo que pretendía era convencer a Antonio de lo difícil que era engañarla.
   El descubrimiento de América desarrolló nuevas técnicas de navegación, de comercio y la necesidad de proteger el tráfico marítimo del acoso de potencias enemigas, de piratas, corsarios (los picarones antillanos), bucaneros, pichelingues y filibusteros, riesgos a los que se unían los naufragios de naves cargadas de oro y plata, especialmente en el canal de las Bahamas y en el Golfo de Cádiz, con más de 200 pecios localizados, o en el fondo de la ría de Vigo, en 1702, donde los buzos de la tripulación lograron rescatar gran parte del tesoro que transportaban, maderas, sedas, cañones, etc.
   Esta nueva situación exige nuevos planteamientos que demandan una participación primordial  del somorgujador, cuya profesionalidad, destreza y eficacia es continuamente ofrecida a Felipe II, aunque con anterioridad Carlos I tuvo ocasión de presenciar en Lisboa, en 1539, la propuesta de Blasco de Garay de presentar un ingenio para que cualquier hombre pueda estar debajo del agua, todo el tiempo que quisiera, tan descansadamente como encima. Incluso, cómo no, el gran Leonardo da Vinci se ocupo de tan trascendental cuestión diseñando dispositivo acuáticos, como aletas natatorias.
   Jerónimo de Ayanz (1533-1613) presenta un nuevo traje de buzo; Diego de Ufano, ingeniero militar, idea nuevos sistemas de resistencia submarina, así como el siciliano Bono (1538-1582) que inventó una campana de bronce, o, entre otros muchos más, Pedro de Ledesma (1544-1616). Francisco Núñez Melián que en 1626 se dedicó con éxito a rescatar tesoros de los galeones hundidos en los cayos de Florida. Con igual o mayor fortuna, el inglés William Phipps con un equipo de expertos buceadores, empieza el rastreo de galeones hundidos, logrando rescatar en 1682 gran parte del tesoro del Nuestra Señora de la Concepción, naufragado en 1541 en el Banco de la Plata, al norte de La República Dominicana.
   La primera mención expresa de los buzos como miembros de la tripulación de las flotas del rey, no aparece hasta la Disposición dictada por Felipe III en Valladolid, el 14 noviembre 1605.

Mandamos que en la Capitana y en cada flota vaya un buzo y otro en la Almiranta, porque son muy necesarios en la navegación para los casos fortuitos y accidentes de mar.

   Veitia Linaje (1623-1688), casado con una sevillana, sobrina del pintor Murillo, fue Contador de Averías de la Casa de la Contratación, Tesorero y Juez de la misma y Secretario del Conejo de las Indias, en su libro Norte de la Contratación de las Indias (Libro II, cap.  2º, 34), escribe:

Y en todas las Capitanas y Almirantas se debe llevar buzo, para si haze alguno de los galeones de su Armada alguna agua, que no pueden tomar por la parte adentro, que procure  por la de afuera reconocieren que parte está, y este nombre, según Covarruvias, viene de “bruzos”, que vale boca á baxo, y así de caer sobre el rostro se llama “caer de bruzos”, que es lo que sucede al buzo, y destos oficiales van dos, uno en la Capitana, y otro en la Almiranta.
  
   Para Tomé Cano`(1545-1618), piloto de la carera de Indias, que por su gran experiencia como navegante e ingeniero de construcción naval lo nombraron Diputado de la Universidad de mareantes de Sevilla. En 1611 publicó el Arte para fabricar naos, en uno de cuyos capítulos escribe:

El buzo es de mucha importancia en una nao, pues mediante su resuello va abajo y recorre por debajo del agua todo el galeón y busca por donde la hace, con que se repara la que suele hacer, y  muchos navíos se salvan, que, si no llevasen buzo, se quedarían en la mar.

   Se le exigía conocer el oficio de marinero y naturalmente saber nadar, asignándosele un sueldo  de 8 escudos, igual que el de los cirujanos y los condestables.
   Miguel de Cervantes que sirvió durante cinco años en las galeras de Felipe II, y pudo ejercer y conocer las faenas marineras, traslada estos conocimientos a sus obras literarias:

Haz señor, que bajen los buzanos a la sentina, que si no es sueño, a mí me parece que  nos vamos anegando. No hubo bien acabado esta razón cuado cuatro o seis marineros se dejaron calar al fondo del navío y le requirieron todo, porque eran famosos buzanos, y no hallaron costura alguna por donde entrase agua al navío". (M. de Cervantes. Los trabajos de Persiles y Sigismunda, I-XVIII).

  En esta singular práctica existen nombres legendarios, o reales para otros, como el célebre siciliano Peje Nicolao que vivía mejor en el fondo del mar que en tierra. Cervantes alude a este extraño personaje cuando explica a don Lorenzo, el hijo de don Diego de Miranda (el caballero del Verde Gabán) que entre las virtudes y méritos de la ciencia de los caballeros andantes es la de saber nadar, como dicen que nadaba el peje Nicolás o Nicolao.
   Naturalmente, las técnicas modernas nada tienen que ver con lo que hasta ahora se ha contado. En la actualidad, y suma y sigue, tenemos escafandras, batiscafos, duración casi ilimitada del tiempo bajo el agua, vestimentas, seguridad, bombonas de oxigeno, cámaras de descompresión, etc… y aún quedan tesoros por rescatar y un mundo casi desconocido por descubrir, fotografiar y filmar.




1 comentario:

  1. ¡Qué interesante es la lectura de tu artículo sobre los buzos o somormujadores...!. La imagen de Assurbanipal II demuestra, una vez más, que "no hay nada nuevo bajo el sol". Aunque lo pueda parecer: son todas variaciones sobre los mismos temas.
    Ni siquiera el magistral tratamiento de los sueños iniciado por S. Freud en el siglo XIX, casi un tema nuevo por lo poco trillado que estaba ese campo, se puede decir que no tuviera sus antecedentes históricos y bíblicos.

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