martes, 27 de agosto de 2013

ANIMALES MARINEROS



Alberto Casas           

Desde los tiempos más remotos, los animales han desempeñado un papel preponderante en la historia de la navegación, y este protagonismo empieza, precisamente, en el primer leño que sale a navegar por esos mares diluvianos en el que Nuestro Señor mandó que se embarcaran una pareja de  animales; la Biblia nos aclara que según su especie, dato que puede ayudarnos a sopesar que dicha carga pudo tener cabida en las panzudas bodegas del Arca.

   Decisiva fue la intervención de los cuervos y las palomas para indicar a Noé el nivel de las aguas y, en consecuencia, el momento oportuno para arriar la pétrea ancla en el monte Ararat: y ella volvió a él por la tarde, trayendo un ramo de olivo con las hojas verdes en su pico, con lo que entendió Noé que habían cesado las aguas sobre la tierra.
   Esta experiencia fue recogida por los descendientes del Patriarca que no salían al ponto sin llevar a bordo pájaros, monos, gatos o perros, sabedores de que eran los mejores vigías para anunciar la lejanía o cercanía de la tierra, la proximidad de otras naves, o barruntar una tormenta. Incluso si no podían llevarlos a bordo, navegaba su representación simbólica, el mascarón, labrado en la roda o el codaste, como los hippoi tartessicos, con la cabeza de un caballo en la proa y los ojos pintados en las amuras, razón por la que se conocían como los caballos del mar; o los vikingos, con sus cabezas de dragón adornando sus rodas, por lo que sus barcos eran llamados drakkars, o los snekars con cabezas de serpientes.

   Naturalmente, no faltaban, no podían faltar, animales de munición de boca, especialmente aves de corral, sobre todo gallinas, pues para algunos gremios de navegantes se consideraba que el canto del gallo a bordo constituía un presagio de mal agüero, aunque de esta provisión también se exceptuaban los conejos, cuya presencia en las naves se creía nefasta y augurio de toda clase de calamidades; tampoco podían faltar los destinados a ser sacrificados a los dioses para invocar  su protección, arrojando por el costado las vísceras y grasas del cordero (siempre le tocaba a este animalito), con el resultado de que los dioses, agradecidos, amainaban el furor de las olas. Siglos más tarde se descubrió que no era necesario el sacrificio de las reses, pues era, y es suficiente, colgar por la borda trapos y cabos empapados de grasa para encalmar el oleaje.
   En la primera vuelta al mundo, culminada por Elcano, la escasez de alimentos y agua fue causa de que, prácticamente, la totalidad de los tripulantes enfermaran de escorbuto. Cualquier cosa era buena para matar el hambre: cueros, jarcias y hasta ratas, que llegaron a cotizarse a medio ducado la pieza como si de terneros lechales se tratara. Precisamente, las ratas constituían, y constituyen, un serio peligro por su voracidad, las enfermedades que pueden transmitir y el daño que pueden ocasionar a las mercaderías, contingencia prevista en las Costums de la Mar (s. XIII), exigiendo la utilización del arma más eficaz para evitar estas averías (Título V. Caps. 66 y 67):

Los efectos que en la nave maltratasen los ratones por causa de no haber gato a bordo, deberá el patrón resarcirlos…

Si una mercadería recibe daños de ratones por no haber gato en la nave, el patrón debe resarcirlo…

  Tal vez a eso se refiera el refrán que cuando el gato no está los ratones bailan. Famoso fue el minino Trim que ha merecido tener una estatua en la Biblioteca de Sidney. Se dice que cuando los roedores son los primeros en abandonar el barco es señal de que un peligro inminente se cierne sobre la embarcación.                                                                                                                                                                                                          En el Diario de Colón hay constancia de la atención con que el Almirante observaba el vuelo de las aves, pues podía indicarle el rumbo a seguir hacia la tierra más próxima:

Sábado 29 de Septiembre (1492): Vieron un ave que se llama rabihorcado, que hace gomitar á los alcatraces lo que comen para comerlo ella, y no se mantiene de otra cosa; es ave de la mar, pero no posa en la mar ni se aparta de tierra vente leguas.

   El 7 de Octubre, leemos: porque sabía el Almirante que las más de las islas que tienen los portugueses por las aves las descubrieren.         
   Bernal Díaz de Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cuenta que,

Cortés mandó a Escobar que fuese hacia Boca de Términos, y hizo todo lo que le fue mandado, y halló la lebrela que se había quedado cuando lo de Grijalba, y estaba gorda y lucia. Y dijo el Escobar que cuando la lebrela vio el navío que entraba en el puerto, que estaba halagando con la cola y haciendo otras señas de halagos, y se vino luego a los soldados y se metió con ellos en la nao.

   El instinto de la perra le decía que algún día la rescatarían y pacientemente esperó, casi un año, este momento. La lebrela fue una eficaz colaboradora de los conquistadores, pues su fiereza causaba pavor entre los indios.
   Algunos de estos intrépidos marineros gozan de un lugar privilegiado en la literatura universal, como el loro del malvado pirata John Silver, o el perro y las dos gatas que acompañaron a Robinson Crusoe cuando naufragó en una isla desierta.

  La ayuda de los animales a las actividades relacionadas con la mar se refleja, sabiamente, en el refranero popular, como, cuando la gaviota visita al labrador, mal le va al pescador, o, gaviota en la mar, marinero a pescar, o, delfines jugando, mal tiempo barruntando, o, aves marinas a poca altura, tormenta segura, y muchos más.
   Pero también los hay proscritos en el mundo de los argonautas. La Armada británica prohíbe bautizar sus navíos con nombres de reptiles, serpientes, cocodrilos, etc., y es superstición muy antigua que no se deben matar gaviotas, petreles o albatros pues estas aves son las almas de marineros muertos en la mar.




lunes, 19 de agosto de 2013

LA SALAZÓN




Alberto Casas

            En la antigüedad, y especialmente en las regiones de clima templado, sólo era posible la conservación de los alimentos mediante la utilización, principalmente, de tres procedimientos cuya finalidad consistía en la deshidratación de los productos, en este caso del pescado para evitar su descomposición y pudrición alargando, de esta manera, su periodo de consumo: el secado, el ahumado y la salazón que en cada caso requieren una técnica depurada, en la que la condición resultante está supeditada a que el proceso de esterilización no reduzca excesivamente el peso a causa de una pérdida de agua que sobrepase los limites adecuados. En todos los casos era preceptivo que, previamente, las piezas fueran descabezadas, evisceradas, desangradas, lavadas y cortadas o troceadas. El tajador usaba sus propias herramientas de corte y era uno de los oficios más considerados y reclamados.
El secado se obtiene por evaporación. El pez se exponía, bien al aire libre o en salas, generalmente situadas en los pisos superiores de la salazonera, con ventanas que se abrían o cerraban según conviniera, a los efectos de mantener una determinada temperatura y ventilación, como así aparecen en los restos arqueológicos de las chancas de Baelo Claudia (Bolonia), cerca de Zahara de los Atunes; Baessipo (Barbate), Huedi Coni (Conil), Mellaria (Tarifa), Carteia (Algeciras), las descubiertas en Punta Umbría (Huelva), etc. La orientación de la aireació de los secaderos era esencial para lograr un género de calidad, y uno de los más solicitados era la cecina del atún, la mojama, curada con sal y secada al aire libre, al sol o al fuego.
            El ahumado, su propio nombre establece la técnica empleada, y en la operación era fundamental la elección de la leña que se había de quemar, prefiriéndose las maderas duras y poco resinosas, pues el sabor y el calor dependían en gran parte de la clase que se utilizaba y siempre vigilando el grado de temperatura que debía alcanzar para que la pieza no se cociera. En ambos casos, secado y ahumado, una vez concluidos, se procedía a salar las piezas (en algunos lugares dicen salgar) en seco o en salmuera. Se discute si ya en aquellos tiempos se preparaba el atún en escabeche. Muchos siglos después, sería uno de los bocados más apreciado en la corte de los Austrias.
            La salazón se elaboraba por el uso exclusivo de la sal, bien en pilas, en tinas o cubas, ligeramente inclinadas, de cantos redondeados y un agujero en el fondo para facilitar el desagüe, en las que se depositaba el pescado, cubriéndolo de sal (salazón en seco), en una proporción de 25 a 30 ks. de sal por cada 100 ks. de pescado, o sumergiéndolo en salmuera (agua mezclada con sal), generalmente en una concentración de 350 grs. de sal por litro de agua, aunque la práctica y la experiencia hacían innecesarias este tipo de comprobaciones. Para especies más pequeñas se utilizaba, también, el salpresado (sardina embarricá). En toda esta elaboración, el atún requería unos métodos de trabajo más alambicados al tratarse de un pez graso, siendo más fácil la salazón de los magros al no necesitar ser cortados o abiertos (ronqueados).
   En la conservación del pescado se dio un gran paso, en 1795, con el invento del francés N. Appert, consistente en enfrascar los alimentos en botellas de vidrio, procedimiento que mejoró en 1818 William Underwood empleando envases de hojalata.
   Vemos, pues, que el alma de la conservación del pescado es la sal, material imprescindible, no sólo como instrumento de desecación, sino por sus propiedades antisépticas, sin duda conocidas desde los tiempos primitivos. Hablando de las características de los pueblos ibéricos suratlánticos, Estrabón dice que:

tienen sal fósil y muchas corrientes de ríos salados, gracias a lo cual, tanto en estas costas como en las de más allá de las Columnas, abundan los talleres de salazón de pescado, que producen salmuera,

   Y Homero (X a.J.C.) relata que era un pueblo muy diestro y muy experto en el arte de navegar y en la construcción de naves, tanto pare el comercio como para la pesca.
Sentencia el refrán, falte en tu mesa el pan, y no falte la sal, estableciendo en pocas palabras la enorme importancia de este producto para la humanidad, que incluso la satisfacción económica de su esfuerzo y trabajo lo llamamos sal-ario Constituye uno de los engranajes en los que se basa el equilibrio de los ritmos que rigen los mecanismos de la Naturaleza (clima, vientos, evaporación, etc,) y el normal desarrollo de los seres vivos en sus aspectos fisiológicos y biológicos. En el Levítico, 2-13», se prescribe: A toda oblación que presentes, le pondrás sal; no dejarás que a tus ofrendas le falte la sal de la Alianza de Yahvé; en todas tus ofrendas ofrecerás sal.
   Gonzalo de Berceo llamaba agua de sal al agua bendita,

En cabo de la missa   -   el buen missa cantano
 bendizo sal y agua      -   conna su sancta mano;
                               echo’l sobre’l enfermo -   tornó luego tan sano
                               que más non pareció   -  de la lepra un grano.

 y  en España estaba en vigor el estanco de la sal, una de las fuentes de ingresos más importantes de las rentas reales.

   Como tantas otras cosas, ya se han perdido, o no se usan, expresiones y vocablos tan vernáculos y genuinos, como cahíz, almud, y otros más para la media y peso de tan preciado cristal.

lunes, 12 de agosto de 2013

B/M CASTILLO DE OLITE

Alberto Casas.

El hundimiento del Castillo de Olite, a las 11 de la mañana del día 7 de marzo de 1939 y prácticamente en la bocana del puerto de Cartagena, dejando a la isla de Escombreras a estribor, es calificado mayoritariamente por los historiadores e investigadores del trágico suceso (J. A. Vizcaino, L. M. Pérez Adan, Martínez Pastor, Luis Romero, Álvarez de Sotomayor, Luis Mollá, etc.) como la mayor tragedia naval de la guerra civil española, desastre marítimo que se produce, precisamente, cuando está a punto de finalizar la fraticida contienda que se anuncia pocos días después en el ya histórico, para bien o para mal, último parte de guerra:

En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo Franco. Burgos 1º abril 1939.



   La llamada mayor tragedia naval de la guerra civil española (1936-1939) es la dolorosa historia de un buque construido en Holanda en 1921, de 110 m. de eslora, 16 m. de manga, 6 m. de puntal y un arqueo de 3.500 toneladas, que empezó sus primeras singladuras náuticas con el nombre de Zaamdijk, que cambió varias veces según las manos de los armadores por los que pasaba, hasta que en 1936 fue comprado por la URSS, bautizándolo como Postishev, destinándolo al transporte de mercancías para el aprovisionamiento de las fuerzas de la República. En esta misión, con sus bodegas llenas de carbón, es capturado el 31 de mayo de 1938, cuando cruzaba el Estrecho de Gibraltar, por el correo de la Cia. Trasmediterránea Vicente Puchol, buque melillero, llamado así por hacer la travesía Málaga – Melilla. Armado por la marina de los insurrectos, realiza  servicios de vigilancia entre el mar de Alborán y Gibraltar. En 1986 fue vendido a un naviero griego. El Postishev fue rebautizado como Castillo de Olite.
   En marzo de 1939 el fin de la guerra es evidente y los presagios de la derrota total de los republicanos se vislumbran en el negro horizonte de un futuro incierto bajo el mando de un ejército que se proclama nacional. La desmoralización de los leales a la República se alimenta con el caos político y militar vinculado con una irracional lucha por el poder y la durísima dialéctica sobre la conveniencia o no de prolongar la lucha hasta el inminente estallido de la segunda guerra mundial, presunta tabla de salvación del gobierno legítimo. La renuncia de Azaña a la presidencia, el golpe de Estado de Negrín y la perentoria rendición de Madrid son el germen de una serie de sublevaciones y pronunciamientos que buscan la paz rindiéndose al ejército franquista. En esta confusa descomposición, destaca la rebelión de Cartagena, la milenaria Qart Hadasht que fundó Asdrúbal en 227 a. c., enclave estratégico, tanto por su situación geográfica, como por su base naval en cuya bahía se encuentran atracados y fondeados los navíos más importantes de la armada republicana, aunque algunos de ellos, los destructores Sánchez Barcaiztegui, Alcalá Galiano, Churruca, Alsedo, Lazaga y Legazpi, no están en condiciones de navegar, o resultaron seriamente averiados por el bombardeo de la aviación de los nacionales.  


  La rebelión que comienza en la noche del 4 de marzo, triunfa aparentemente, con notables indecisiones en los distintos cuerpos militares, pero, de momento haciéndose con el mando de la ciudad y de la flota a la que ordenan que zarpe y se entregue al gobierno golpista del general Franco, al cual se notifica su apoyo y la formal petición de que se envíen refuerzos suficientes para consolidar su ocupación.
   La escuadra zarpó de la base decidiéndose poner rumbo a Argel, un puerto neutral, pero las autoridades francesas comunicaron que debían dirigirse a Bizerta, devolviendo los buques al bando nacional el 30 de marzo del mismo año. La armada estaba formada por los cruceros Miguel de Cervantes, Libertad (ex Príncipe Alfonso y al terminar la guerra Galicia) y Méndez Núñez; los destructores Lepanto, Almirante Antequera, Almirante Valdés, Gravina, Jorge Juan, Almirante Miranda, Escaño y Ulloa, y el submarino C – 4.
   Mientras tanto, es de suponer que sale del propio general Franco la orden de preparar con toda urgencia un convoy que transporte tropas para desembarcarlas en la ciudad haciéndose con el control de la misma, de su base naval y de sus defensas artilleras, costeras y antiaéreas.
   Pero, inesperadamente, la situación dio un giro imprevisto. Negrín que no podía consentir la pérdida de Cartagena, seguramente el último y más sólido eslabón que sostenía el prestigio y la esperanza de supervivencia y restablecimiento de la República, inmediatamente mandó a la Brigada 206, reclutada entre combatientes de afiliación comunista, que en la mañana del día 6 entra en la ciudad entablándose una lucha contra los sublevados pro-nacionales, principalmente tratando de desalojarlos de las baterías que flanqueaban ambos lados del puerto, cuando ya en la lejanía aparecían los primeros transportes, aproximadamente treinta, con las tropas de desembarco que sumaban alrededor de 30.000 hombres, escoltados por los minadores Júpiter y Vulcano, ambos de la misma serie, el buque auxiliar Antonio Lázaro, gemelo del Vicente Puchol, y los destructores Melilla, Huesca y Teruel. Precisamente el Vulcano, tres meses antes, el 29 de diciembre de 1938, al mando del capitán de corbeta Fernando de Abarzuza, logró, a pesar de su inferioridad, impedir la salida a la mar del destructor José Luís Díez que se salvó varando en una playa de Gibraltar, agravando aún más la situación de la ya bastante mermada escuadra republicana.
  El día 7, la Brigada 206 ha sofocado la sublevación y el capitán Guirao ocupa la batería a barbeta de La Paraloja, aunque sólo dispone activa la pieza nº 1 al mando del capitán Antonio Martinez Pallarés.


   Ante el fracaso del levantamiento, el almirante Moreno ordena que los buques reviren, se engolfen en la mar y pongan rumbo a los puertos de donde han partido. La orden es obedecida por todos menos por el Castillo de Olite y el Castillo de Peñafiel (ex Smidovich) que sigue al primero a muy poca distancia; ambos tienen la radio averiada, ignoran las nuevas consignas y continúan navegando hasta situarse a tiro de cañón de La Parajola que dispara un proyectil, tal vez de aviso, pero el segundo impacta en el pañol de municiones que explota hundiéndose al barco en dos o tres segundos. El Castillo de Peñafiel pudo huir, aunque se dice que fue alcanzado por otro proyectil que apenas causó daños, y según otras versiones resistió el ataque de unos aviones del ejército rojo.
   A la mala suerte o a la buena puntería de la artillería costera, o al trágico destino que le estaba reservado, pueda achacarse el infernal desastre al que contra viento y marea la verdad de la verdad ha sido ocultada, deformada, socavada y sobre todo silenciada, pero aún hoy, después de los años transcurridos, existen zonas oscuras no totalmente desveladas.
   Pero de su autenticidad dan testimonio cerca de 1.500 víctimas mortales que el Castillo de Olite dejó a unos 30 m. de profundidad cerca de la  isla de Escombreras, además de unos 340 heridos y alrededor de 300 prisioneros.
    ¿Responsabilidades?, ¿Responsables?, nada ni nadie; quizás el alférez de navío Eugenio Lazaga Azcárate por ordenar al capitán del buque Bernardo Monasterio Mendezona que se dirigiera a la entrada del puerto en vez de dar la vuelta; quizás el capitán Antonio Martinez Pallarés que confesó haber disparado el mortal proyectil obligado por la pistola del capitán Guirao apuntando a su nuca; a pesar de ser uno de los sublevados a favor del bando nacional, tras un juicio sumarísimo fue fusilado en el cementerio de Espinardo (Murcia), y Guirao huyó a Francia.


   También se dijo que la noticia la difundió Radio Moscú el mismo día, pero el Cuartel General de Burgos la estimó, o le convino estimarla, como un infundio y una falacia, y esperó hasta el 23 de marzo para expedir un comunicado oficial dando cuenta, escuetamente, del hundimiento del Castillo de Olite en acción de guerra. ¿Desorganización, improvisación, precipitación?; ¿mejor no removerlo y olvidarlo?. Todo absurdo, estéril y monstruoso, pero histórico, In aeternum.
  





domingo, 4 de agosto de 2013

EL ARMARIO DE DON QUIJOTE






Alberto Casas.  

Naturalmente, cuando el bueno de don Quijote se enfundó la armadura con todos sus avíos, morrión, lanza, rodela, espada y todo lo que él creyó necesario para hacer lo que tenía que hacer, hay que tener en cuenta que debajo del coselete llevaba puesta la ropa que casi era parecida a la que habitualmente se vestía en aquellos tiempos, empezando por el propio Cervantes, o, por ejemplo, el mujeriego Lope de Vega, incluso vestido con los hábitos sacerdotales que los cargaba el diablo arremangándolos.
   Pero en el caballero de la Mancha hay que distinguir dos momentos de su vida que violentamente se fracturan. En el primero, nos encontramos con un hidalgo que en aquella época se estimaba un anciano - tenía ya cincuenta años – que hacía una vida normal de acuerdo con las rentas de su modesta hacienda que le permitían dar sus paseos a caballo, ir de caza con su galgo, comer sobria pero decentemente y vestir con decoro: los domingos, sayo de velarte, calzas de velludo, con sus pantuflas de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino” (I-1); es decir, que dignificaba los días festivos emperifollando su figura con una buena capa por encima de un sayo de paño fino (velarte), generalmente de color oscuro, sus pantalones de terciopelo (velludo), sus borceguíes cubiertos con unos pantuflos o chapines del mismo tejido, con suela alta  de corcho que principalmente solían usarlo las personas de edad avanzada para resguardar los pies del frío y la humedad; este tipo de calzado con suela de corcho o alcorque estaba prohibido usarlo a menestrales y labradores por razones que desconocemos. El resto de la semana el ropaje era de vellorí, un paño entrefino de calidad inferior al velarte. El segundo momento, trascendental y cósmico, tiempo y espacio se transmutan surgiendo del caos un personaje nuevo, de mentalidad utópica y espíritu puro: es don Quijote. Es un hombre que se nos presenta con un porte y catadura singulares y diferentes hasta en el yantar y la vestimenta, ahora anticuada, mal ajustada y a veces jironada, tan distinta de la limpia, aseada y galana que acicalaba a su sosias manchego, aunque sin llegar a la donosura y refinamiento de los llamados hombres de chapa que lucían ropajes de calidad y suntuosos, como el caballero que un buen día se encontró don Quijote, según se narra en los enigmáticos capítulos del Caballero del Verde Gabán” (II-16-17 y 18):

venía sobre una muy hermosa yegua tordilla, vestido un gabán de paño fino verde, jironado de terciopelo leonado, con una montera del mismo terciopelo; el aderezo de la yegua era de campo y de la jineta, asimismo de morado y verde; traía un alfanje morisco pendiente de un ancho tahalí de verde y oro, y los borceguíes eran de la labor del tahalí; las espuelas no eran doradas, sino dadas con un barniz verde, tan tersas y bruñidas, que, por hacer labor con todo el vestido, parecían mejor que si fuera de oro puro.

   El caballero se presentó como don Diego Miranda, hidalgo y más que medianamente rico, confesión que explica y justifica el esplendor de su vestimenta y la jaez de su cabalgadura, no la vulgar mula, sino una hermosa yegua de vistoso pelaje blanco y negro. Montaba don Diego a la jineta (estribos cortos) y las rodillas dobladas por lo tanto; los borceguíes que calzaba eran botas de piel flexible, suela de material y de caña alta por encima de las rodillas en las que se ajustaban las espuelas, o acicates, esmaltadas de verde también, haciendo juego con el resto de la indumenta del atildado caballero; solían ir forrados, y en este caso de la misma labor que el tahalí, especie de banda de cuero de la que pendía el alfanje morisco (¿alusión a Lepanto?), espada de hoja ancha y curvada. Pero de todo el atuendo se pone un especial énfasis en el verde gabán. Era una prenda de abrigo larga, probablemente de procedencia árabe - gab̂a -, y  que Covarrubias (1611) define como Capote cerrado, con mangas y capillo, propio de caminantes y gentes que andan por el campo.

   En la época cervantina constituía un privilegio lucir la confeccionada de terciopelo y forrada con piel de armiño, marta cebellina y otros animales de alto valor peletero, desde luego muy lejos de la que vestían los aldeanos y campesinos que generalmente consistía en un capotillo pardo, calzones y polainas de paño pardo y cubiertos con una montera parda. Sin duda, el capote de don Diego, como prenda de viaje, era una pieza de lujo al estar confeccionada de paño fino y acuchillada con forro de terciopelo, al igual que la montera que cubría la cabeza, un tocado de uso común, tanto entre el pueblo llano, como en la nobleza y la realeza, diferenciándose en la calidad del paño o la piel con que era elaborada; su nombre deriva de que en sus orígenes era propia de los monteros  que participaban en las cazas de monterías, aunque adoptaba distintas formas típicas, según la región o comarca: monteras segovianas, gallegas, asturianas, granadinas, canarias, etc. A principios del siglo XVII empezó a ser un accesorio de referencia en el traje de los toreros de a pie que se la ponían sobre una redecilla que recogía el cabello y evolucionando con el tiempo añadiéndole borlones a los lados y tejida con pasamanería ornamental.
   Que se resalte el color verde tiene su importancia en tanto era el matiz que se vinculaba con la monarquía, proclamaba la condición  de cristiano viejo y simbolizaba las virtudes de frescura, lozanía y vigor de su portador. ¿Es el caballero del verde gabán el mismísimo Miguel de Cervantes evocando la época de paz, indolencia y aburrimiento que vivió en Esquivias?