domingo, 16 de junio de 2013

LA EXTRAÑA HISTORIA DEL BERGANTÍN GOLETA MARY CELESTE


Alberto Casas.

            El sórdido episodio del bergantín - goleta Mary Celeste es uno de los cientos o miles de percances ocurridos desde los tiempos más remotos, gran parte de ellos rodeados de leyendas, misterios, fantasías o simplemente inventadas. En esta funesta parafernalia náutica intervienen mensajes místico y doctrinales, sobrenaturales, supersticiones y la ignorancia que contribuyen a que perseveren ancladas en el mito, entre la ficción y la verdad.

   Pero, desgraciadamente, también abundan crónicas reales de verídicos resultados trágicos: batallas navales, naufragios, embarrancamientos y desaparición de buques en alta mar sin dejar rastro, como es el caso del Castillo de Montjuich, de la naviera Elcano, que desapareció en el Atlántico Norte sin dejar un mensaje de su situación, de alguna emergencia o incidencia marítima, la emisión de un Mayday, ni repuesta, un día tras otro, de las repetidas llamadas tratando de conectar con él. El continuado silencio siembra la alarma e inmediatamente se activan los medios nacionales e internacionales de búsqueda y rastreo; barcos y aviones peinan una amplísima zona del océano sin hallar ninguna señal, indicio o restos: manchas de aceite, chalecos salvavidas, botes, señales luminosas y de humos, náufragos, nada de nada. El Castillo de Montjuich, con sus treinta y siete tripulantes, se perdió un día del mes de diciembre de 1963 (su última comunicación, normal, la hizo el día 14). Una hipótesis atribuye su hundimiento a un corrimiento de la carga de maíz mal estibada.
   En esta dolorosa leyenda y figuración ha entrado el Titanic, 270 m. de eslora y 42.000 tn., hundido el 15 de abril de 1912, sepultando en el fondo del mar más de 1.500 pasajeros, además de algunos tripulantes y el capitán.
   Otro desastre, considerado en su época el peor que ha conocido la Historia, fue el protagonizado por la fragata francesa Medusa, mandada por el soberbio e incompetente Hugues de Chaumareys, que con 250 personas a bordo embarrancó en Senegal el 12 de julio de 1816. Al llevar solamente cuatro botes salvavidas, se construyó una balsa en la que se alojaron 152 personas, quedando a bodo de la nave 17 tripulantes a la espera de auxilio. La balsa quedó a la deriva arrastrada por la corriente, acabándose el agua y los alimentos. El hambre la sed y la desesperación llevaron a sus ocupantes al suicidio, a la muerte por inacción y al canibalismo. Cuando fueron rescatados sólo quedaban 15 supervivientes, y de los que quedaron a bordo 3. La tragedia ha quedado inmortalizada en el cuadro de Theodore Géricault que se expone en el museo del Louvre.
   Un viaje, aún no totalmente descifrado es el realizado por el almirante cartaginés Hannón (s. V a.
C.) que con 60 penthekonteros tartessios armados en Gadeira (Cádiz), puso rumbo al sur costeando África. Pero todo parece indicar que parte de la flota se desvió hasta las islas Canarias, y otra parte se dejó llevar por los vientos alisios desapareciendo en el Gran Mar, aunque una teoría asegura que llegaron hasta las costas del Brasil. 

  
La lista de eventos marítimos es infinita y saturadas de los matices ya apuntados; sin embargo alcanzó gran relevancia, y la sigue teniendo, el misterioso abandono del bergantín - goleta Mary Celeste  en pleno Atlántico a la altura de las islas Azores. Este navío, de madera, 31 m. de eslora, 7,5 m. de manga, 284 tn. de arqueo y 2 palos, fue construido en 1861 en los astilleros Joshua Dewis de Spencer’s Islands en Nueva Escocia (Canadá) y botado con el nombre de Amazón.

   Desde sus primeras singladuras la nave estuvo gafada: accidentes mortales, varadas que requirieron reparaciones, cambio de armadores y de oficialidad hasta que un consorcio se hizo cargo de ella y la bautizaron con el que sería el fatídico y maldito nombre que la sumergió en la leyenda y en el misterio, aún sin resolver: Mary Celeste.
   Con una tripulación de siete hombres y al mando del capitán Benjamin Spooner Briggs, hombre experto, responsable y abstemio, desatracó el 7 de noviembre de 1872 del muelle 44 de East River de Nueva York, con una carga de 1700 barriles de alcohol industrial con destino a Génova para su entrega a la firma H. Mascarenhas & Co. Sorprende que tratándose de tan larguísima travesía, cruzando el Atlántico y en un barco tan pequeño, el capitán decidiera que le acompañaran su esposa Sarah Elizabeth y su hija Sophie Matilda de tan solo 2 años. A partir de entonces no sabemos nada hasta que e 5 de diciembre es avistado por el brickbarca Dei Gratia, que hacía la ruta Nueva York - Gibraltar, al mando del capitán David Reed Morehouse, buen amigo de Briggs Nada más verlo se da cuenta de que algo raro ocurre en el Mary Celeste que da la impresión de que navega a la deriva, sin gobierno y empujado por la corriente y el viento. Morehouse da la orden de aproximarse, y situados a pocos metros empiezan a dar voces sin obtener respuesta ni que nadie aparezca sobre la cubierta. El Dei Gratia lanza un bote al agua con el oficial Oliver Deveau y varios marineros que embarcan en la goleta recorriéndola de proa a popa, examinando camarotes, cocina y bodega sin rastro de la tripulación, pero echando en falta el único bote (una yola) de la embarcación, en el que supuestamente todos habían huido, pero ¿por qué?.
   Tratando de descubrir las posibles causas, inspeccionan exhaustivamente el navío encontrándolo todo en perfecto orden, cajones, armarios, dinero, joyas, libros, ropa, utensilios, etc., y sin señal alguna de violencia. Lo único que faltaban eran el sextante, el cronometro y una brújula, que se suponía el capitán se había llevado en el bote, aunque pequeños detalles indicaban que el abandono se había realizado con excesiva prisa, ¿de qué habían huido tan precipitadamente? Empezaba y sigue el misterio.

   El Dei Gratia, y el Mary Celeste al mando de Deveau, reanudan el viaje a Gibraltar donde arriban el 12 y 13 de diciembre respectivamente, haciéndose cargo del enigmático caso el Fiscal General Freerick Solly Flood, que de inmediato comenzó las investigaciones y pertinentes conclusiones, una detrás de otra, todas ambiguas y disparatadas sobre las causas del sombrío suceso. “Pudo ser, evidentemente, un acto de piratería y asesinato. También pudieron deberse a los efectos de una tempestad. Seguro que se debía a una explosión y posterior incendio. No se podía descartar, casi seguro, que se trataba de una componenda delictiva tramada entre Morehouse y Briggs, pero era muy verosímil creer en las consecuencias de la colisión con otro buque, etc.”
   Pero todas las conjeturas de Solly fueron refutadas fácilmente con fundamentos irrefutables, y así hubo de reconocerlo el fiscal, en cuyo improvisado veredicto final establecía que la

Mary Celeste era una embarcación sana y robusta, en perfecto estado de navegar y bien estabilizada, bien aprovisionada, no había sufrido los embates de un temporal, no mostraba indicios de incendio o explosión…de modo que el desastre  se produjo al emborracharse la tripulación que en su histérica aberración asesinaron al capitán a su mujer y a su hija, decidiendo todos huir abandonando el buque en la yola…

   Este fallo, lleno de incongruencias no convenció a nadie y en su lugar surgieron pléyades  de historias en las que intervinieron videntes, pícaros, novelistas y personajes de la talla de H.G. Wells, Walter Scott y sobre todo J. Habakuk Jelpson, seudónimo de Arhur Conan Doyle, cuyos relatos echaron más leña al fuego y sirvieron de base a la elaboración de teorías fantasiosas y pseudo científicas: “el Mary Celeste era un buque maldito, embrujado; la explicación  está en el Triángulo de las Bermudas, o tal vez fueron abducidos por un Ovni, o quizás se los tragó un monstruo marino que bien pudiera ser un kraken; se habla de pasajeros secretos o de un polizón que bien pudiera ser el mismísimo diablo”, y esto y lo otro, que todo, sea lo que sea, vale.

   Esta es la inquietante congoja y el misterio, aún sin desvelar, del pánico, del repentino terror que invadió a la tripulación del bergantín - goleta Mary Celeste, que continuó su condenado derrotero hasta el 3 de enero de 1885, encallando en los arrecifes de Rochelois, en las cercanías de la isla Gònave, en Haití. Sus esqueléticos restos fueron descubiertos en 2001.





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