viernes, 7 de junio de 2013

EL MONZÓN DE LA INDIA

Alberto Casas.

            Los vientos monzónicos forman parte de un régimen periódico de intercambio de masas de aire que se mueven en una misma dirección durante seis meses, llamándose monzón de verano cuando sopla del suroeste, cálido y húmedo, del mar hacia tierra, y monzón de invierno cuando rola en dirección contraria, es decir del nordeste, fresco y seco, dirigiéndose desde el Himalaya al Océano Índico durante los otros seis meses, cambio direccional que se produce en los meses siguientes a los equinoccios, abril y octubre. La palabra monzón procede del árabe mansum que significa estación; los malayos lo conocían como musim y los europeos lo transformaron en monsun y monzón. Este sistema estacional de circulación general ya era conocido por los  egipcios desde tiempos muy antiguos y aprovechado por los navegantes árabes y del África occidental en sus relaciones comerciales con la India y los países de la Especiería, tráfico en el que llegaron a convertir en grandes emporios los puertos de Ormuz y Adén, cuyas flotas de aparejo latino – al-،asakir al-bahriya - en los viajes de ida transportaban principalmente metales y caballos, retornando cargados de mercancías, como especias, marfil, arroz y sedas entre otras. Hay constancia de que en el siglo IV a. C. navegaron por aquellas costas Andróstenes, Nearco y Onesicrito, probablemente por orden de Alejandro Magno, datándose sobre el siglo II a. C. la existencia de un manual de navegación, el Periplus Maris Erythraei que al parecer cayó en manos del marino griego Hipalo, durante el reinado de Tiberio, descubriendo el secreto de los monzones que permitió el comercio marítimo entre Roma y la India. Por cierto que Plinio el Viejo creyó que hipalo era el nombre del viento que soplaba en aquella zona.

   No faltaban viajeros que utilizaban estas rutas marítimas, no sólo con fines mercantiles, sino también diplomáticos (la búsqueda del Preste Juan) o de simple curiosidad y conocimiento de lugares lejanos, casi ignotos y muchos de ellos rodeados de un halo de misterio y de leyenda. De estos viajeros, sin duda el más famoso es el comerciante veneciano Marco Polo (s. XIII-XIV) que en su libro Il Millone relata las maravillas que encierran los reinos orientales, principalmente en el imperio chino donde estuvo diecisiete años. Conocidos son también los viajes del geógrafo tangerino Ibn Batuta (s. XIV) que recorrió toda la ekúmene de entonces visitando a la India, China, Ceilán (Sri Lanka), Java, Sumatra, etc.
   Pero el verdadero descubridor de esta ruta y su apertura al comercio y la expansión imperialista europea fue el navegante portugués Vasco de Gama (1469-1524), que al servicio de la corona de su país culminó el largo y elaborado proyecto de exploración y asentamiento a lo largo de la costa occidental africana hasta que, en 1487, Bartolomé Díaz dobló el cabo de Buena Esperanza abriendo las puertas del Océano Indico que por primera vez surcó el marino luso, arrumbando al puerto de  Calicut en la India, al que arribó a finales de mayo de 1498 gracias a la ayuda inestimable del Ahmad Ibn Mahib al que contrató sus servicios, o tal vez secuestró, en Melinde (Kenya); el piloto moro dirigió y enseñó el derrotero a seguir sirviéndose, según la estación, de las ventajas de los vientos del monzón, tanto para la partida como para el tornaviaje. A partir de ese momento, la navegación a aquellos confines dejó de ser un secreto acabando con el monopolio comercial que hasta entonces había sido exclusivo de los árabes del Golfo Pérsico y el Mar Rojo, facilitando, además, la introducción del cristianismo en aquellas regiones, principalmente a través del español San Francisco Javier que tras una durísima y larga travesía desde Lisboa, de la que partió el 7 d abril de 1541 y quedar encalmado durante 40 días en los trópicos, hubo de permanecer seis meses en Mozambique a la espera del monzón del suroeste para poder embarcar con destino a la India, a la vez que reponía fuerzas que habían llegado a su límite extremo.
  

Es evidente, por lo tanto, que el monzón desde hace miles de años ha sido el gran vehiculo de comunicación entre oriente y occidente, manteniendo, a veces herméticamente y con grandes cautelas, los vínculos sociales y comerciales entre ambas culturas; pero en la India, además, estos vientos forman parte esencial de su identidad y de su propia subsistencia, marcada, año tras año, por la mayor o menor intensidad de su proceso meteorológico, especialmente activo durante el monzón de verano, en el que las corrientes húmedas del suroeste recorren el Indico occidental adentrándose en el continente hasta encontrar la muralla montañosa del Himalaya, donde el aire al condensarse origina lluvias torrenciales y en muchas ocasiones devastadoras debido a las riadas, inundaciones y avalanchas de tierra y lodo que inundan las planicies y valles del país, arrasando poblaciones y destruyendo cosechas con las correspondientes secuelas de cientos de miles de muertos y desaparecidos, de miseria, hambruna  y epidemias (cólera).
   Es precisamente una ciudad del nordeste de la India, Cherrapunji, la que registra la mayor pluviosidad del planeta, midiéndose entre 1400 y 1500 mm. anuales.  Siempre ha sido así aunque hoy nos sorprenda debido a que la India ha entrado en el circuito del gran tour, no sólo del habitual turismo de ingleses, norteamericanos, alemanes y franceses entre otros, sino en el que también ha entrado el turismo español que ya  puede ser también afectado por las virulentas consecuencias que acompañan al monzón de verano, como ha ocurrido en el norte de la India y Pakistán, sobre todo en la región de Cachemira, con cientos de turistas aislados, otros desaparecidos o sin localizar y, desgraciadamente, con, que se sepa, una víctima mortal.
   La contemplación del Taj Mahal en Agra con sus maravillosos amaneceres y atardeceres, y los otros grandiosos monumentos, bien valen la pena del viaje, pero la experiencia nos avisa y previene deque el periodo adecuado y seguro para visitarlos es a partir del mes de octubre hasta mayo aproximadamente, pues, generalmente, la estación de las diluvianas y catastróficas lluvias monzónicas comienzan su fase sobre el mes de junio.



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