lunes, 4 de febrero de 2013

La tragedia de la "Enriqueta"

LA TRAGEDIA DE LA “ENRIQUETA”

A. Casas

       En la década de los años veinte puede decirse que ya Punta Umbría contaba con una numerosa colonia de veraneantes, principalmente de Huelva y de Sevilla, a los que muy pronto se unieron otros procedentes de Córdoba y Badajoz que construyeron sus casitas lo más próximas posible a la playa, siguiendo, generalmente, el estilo de las «casas de los ingleses» (sobre pilotes) construidas por la Compañía de Río Tinto, aunque muchas familias optaban por disfrutar de la temporada estival, alquilando preferentemente en el pueblo, o en el «Hotel La Peña», que compró la Compañía de Río Tinto en 1917, y también en el «Hotel Esperanza», más conocido como el «Casino de Esperanza» en la Plaza Pérez Pastor, lugar preferido de selectas reuniones y tertulias en las frescas tardes estivales.
Convertida la población en un importante centro turístico, contaba con un satisfactorio servicio entre Huelva y Punta Umbría, y viceversa, por un precio aproximado de 0’80 ptas., el viaje de ida y vuelta, que realizaban embarcaciones llamadas «canoas», entre las que se encontraban, y en la época a la que nos referimos, el «Juanito», propiedad de unos holandeses, la «Anita», la «Dolores», la «Carmelita», la «Enriqueta», propiedad de una señora de Sevilla, y otras que colmaban plenamente el transporte de viajeros y de enseres y equipajes que eran cargados en burros, previamente contratados, y porteados a sus respectivos destinos en la playa o en el pueblo.
       Un aciago día, el lunes 18 de Agosto de 1924, algo pasadas las tres y media de la tarde, la «Enriqueta» desatracó del espacio reservado para el embarque y desembarco de pasajeros, prácticamente situado en el centro del muelle comercial, o de Levante, y que la gente conocía, y aun conoce, con el nombre de «muelle de las canoas». La «Enriqueta» tenía una capacidad para 105 pasajeros, aunque esa tarde, según unos, transportaba entre 25 y 30, pero la empresa aseguraba que había despachado 50 tiques.
       En esos días, estaba atracado unos metros más al sur del mentado «muelle de las canoas», el guardacostas «Vasco Núñez de Balboa» que había arriado al agua una lancha gasolinera, la «M-4», la cual con unos invitados e invitadas a bordo realizaba a gran velocidad maniobras y virajes arriesgados, de tal modo que, en uno de estos irresponsables alardes exhibicionistas se encontró de frente con la «Enriqueta», sin poder evitar la colisión con la canoa que se había aproximado al muelle cargadero de Río Tinto con la intención de dar tiempo a la «M-4» para enmendar el rumbo.
       Las previsiones del patrón no fueron suficientes, produciéndose el abordaje por la banda de estribor, embistiéndola con tal violencia que a la “Enriqueta” se le abrió una vía de agua por dicho costado, empezando a escorar rápidamente y, en muy poco tiempo, segundos, de acuerdo con las declaraciones de algunos pasajeros, y dos o tres minutos según los marineros, la canoa se hundió entre el estribo sur del muelle de Levante y el mencionado  «cargadero de minerales».

*

       Inmediatamente las sirenas de los barcos empezaron a sonar dando con sus estridentes bramidos la alarma general, a la que, en un instante, respondieron varios buques, como el galeón de la sardina «Suárez», así como las lanchas que hacían el servicio con Aljaraque y los botes del guardacostas, provistos de chalecos y aros salvavidas, que acudieron al lugar del desastre y se esforzaron con la mayor presteza y celo a las faenas de salvamento, evitando con su diligencia que el fatal accidente se convirtiera en una auténtica catástrofe, rescatando sanos y salvos a los pasajeros del barco siniestrado. Sin embargo, pronto se difundió el rumor de que faltaban una madre y su hija, noticia que, desafortunadamente, se confirmó, pues los cadáveres de ambas aparecieron flotando al día siguiente sobre las cuatro de la tarde. Se trataba de Juana Martín, de Badajoz y unos cuarenta años de edad, y de su hija, Basilia de catorce. El infausto acontecimiento se comunicó al marido y padre de las fallecidas, el factor de la compañía MZA, don Manuel Prieto Muriel, el cual manifestó que tanto su esposa como su hija era la primera vez que se montaban en una de las embarcaciones que hacían el servicio a Punta Umbría.
Al objeto de investigar las causas del accidente y depurar responsabilidades, fue nombrado juez especial el alférez de navío don Pedro Pérez de Guzmán y Urzáiz, el mismo que, años más tarde, desde el 5 de Febrero de 1949 al 21 de Agosto de 1951, fue alcalde de Huelva. El Ayuntamiento acordó, en sesión extraordinaria, costear los gastos del entierro, así como el de las sepulturas, a perpetuidad.
       El diario «La Provincia» (AMH) destacó la actuación de los viajeros, don Alejandro Cano, don José Oliva Atienza y su hijo Mario que «contribuyeron eficazmente al salvamento de las señoras y niños que iban en la canoa».
       Precisamente, en 1924, se instaló la luz eléctrica en Punta Umbría, servicio que pasó, en 1931, a don Enrique Sánchez, fundador del conocido establecimiento, ya desaparecido, «La Industria Onubense».


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