sábado, 23 de febrero de 2013

EL TESORO DEL WESTMORLAND

EL TESORO DEL WESTMORLAND

A. Casas

Livorno era considerado por los ingleses como su puerto en el Mediterráneo. Por su condición de puerto franco, así como  su internacionalizad y neutralidad declarada en el Tratado de Londres de 1718, lo convertía, por sus muchas ventajas políticas y económicas, en escala obligada de los navíos británicos para la carga y descarga de mercancías, hacer aguada, abastecerse de provisiones y pertrechos, efectuar reparaciones, comprar armas y municiones, además del embarque y desembarque de pasajeros, especialmente los del Gran Tour, como eran llamados los viajes culturales que realizaban los jóvenes de la aristocracia y clase adinerada de Inglaterra, generalmente acompañado de tutores, los bear leaders, para los que precisamente desde Livorno era fácil el acceso a Pisa y Florencia,  era uno de los obligados destinos ideales por sus riqueza artísticas, sin desdeñar otros aspectos más lúdicos en los que entraban el vino, las aventuras amorosas y la compra de obras de arte, con acusada preferencia sobre las antigüedades, no siempre auténticas y no siempre de forma legal.
   Era una clase de comercio marítimo que se disputaban, sobre todo, España, Francia e Inglaterra, y cuyo monopolio se basaba en el dominio de los mares que únicamente podía ejercerse con una gran fuerza naval. Cuando la fragata “tres palos” Westmorland, un navío inglés de 300 toneladas, 60 tripulantes, armado con 22 cañones y que navega con Patente de Corso atraca en marzo de 1778 en el puerto de Livorno, Francia e Inglaterra se acaban de declarar la guerra. El buque carga mercancías preferentemente consignadas a Londres: bacalao, salazones, vino, pasas, azufre, seda, quesos, sedas, cáñamo y otros productos; finalizada la estiba y formalizada la documentación y pólizas reglamentarias, al navío se le asignan como escolta, pues así está establecido por el Almirantazgo inglés en caso de guerra, al buque Duca di Savoia. Todo está listo para zarpar, mas el capitán, Willis Machell, aduce una serie de razones para no hacerlo, lo que origina las protestas y reclamaciones de aseguradores y fletadores. Arreglados los inconvenientes alegados, se ordena la partida acompañado del Real Giorgio, pero nuevamente el capitán pone trabas con argumentos fácilmente rebatibles y con las consiguientes denuncias de las partes afectadas por las repetidas demoras que vuelven a repetirse, ordenándose que esta vez le acompañe como escolta el Gravina. Continúan siendo un misterio las razones, y debían de haberlas y muy concluyentes, por las que Willis Machell permaneció nueve meses atracado sin querer salir a la mar, consciente de los grandes perjuicios y pérdidas que estaba causando a los cargadores y de los riesgos que corrían determinadas mercancías en cuanto a su previsible deterioro, putrefacción y disminución de su valor en el mercado.

   Por fin, entre los últimos días de diciembre y el primero o segundo de enero de 1779, el Wetmorland, después de reforzar su artillería con cuatro cañones más, se hace a la mar navegando en conserva con el Gran Duca di Toscana y el “brigantino” Southamton. Sobre la misma fecha, zarpaban de Tolón los navíos de línea franceses Cathon (50,70-13,16-6,39) y Destine (54,60-14,17-6,82), el primero un 64 cañones con 600 hombres, y el segundo un 74 cañones  con una tripulación de 700, cruzándose su  derrota con el convoy inglés que apresan conduciéndolo a Málaga, donde arriban el 15 de enero de 1779. En los interrogatorios pertinentes ante las autoridades marítimas, el capitán Willis Machell deja asombrados a todos al declarar que la carga que transporta está valorada en la astronómica cifra de cien mil libras esterlinas, ya que lleva 59 cajas debidamente embaladas con obras de arte en las que entran esculturas, pinturas, libros, cerámica, mobiliarios, grabados, láminas, estampas, instrumentos musicales, urnas, candelabros, mármoles e incluso reliquias sagradas, no declaradas en el Manifiesto, y otras piezas de gran valor, muchas de ellas por encargo de personajes como el duque de Gloucester, hermano del rey Jorge III de Inglaterra. Se da cuenta de la situación al conde de Floridablanca, Primer Secretario de Estado, que inmediatamente informa al rey Carlos III, el cual ordena la compra de todas las que se puedan y que sean trasladadas a la Real Academia de Bella Artes de San Fernando, de la que es secretario don Antonio Ponz, el autor de la obra Viaje de España, a quien se encarga la elaboración del correspondiente inventario y clasificación del material que va llegando a Madrid, y que es repartido entre la Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Palacio Real (una chimenea de mármol), la Casita del Príncipe en el Pardo, la Biblioteca Real, el Museo del Prado y otras instituciones, independientemente de las que se quedaron en colecciones particulares, como la del propio Floridablanca. Se estimó que la pieza más valiosa era el cuadro de Mengs (Anton Raphael), Perseo y Andrómeda, que la compró el Ministro de Marina de Francia, Monsieur Sartine, que a su vez la vendió por un elevadísimo precio a Catalina II de Rusia y que hoy puede admirarse en El Ermitage de San Petersburgo; las reliquias, auténticas o supuestamente sagradas, fueron reclamadas por el Vaticano y entregadas al Nuncio Monseñor Colonna.

   Los navíos apresados y las mercancías requisadas, declarados como botín de guerra , fueron subastadas, efectuándose el intercambio de prisioneros ingleses por franceses, y el Westmorland, navegando ya bajo  pabellón francés, fue represado por los ingleses cuando se dirigía a Cuba. Actualmente se sigue investigando sobre la cantidad y calidad de las obras de arte que se desembarcaron en Málaga. 

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