lunes, 16 de diciembre de 2013

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ


  Alberto Casas.

          Moguer, un pueblo blanco de Huelva, acostado en la margen izquierda del río Odiel, el Urium tartésico, nace en 1881 Juan Ramón Jiménez Mantecón, el poeta del siglo XX español, innovador y rebelde, blandiendo la ética y la estéEn tica como sus grandes armas con las que emprende su particular guerra de lo nuevo contra lo viejo. El mismo lo explica así:

Cuando solo cuarto en mi, huyendo de la conversación vulgar y baja de miras, me deleito saboreando manjares de mis inspiraciones; cuando lejos de la vida material y solitario en el rincón de mi pueblo, me olvido del gran mundo que se agita tras mis horizontes, impulsado por móviles rastreros; pienso amargamente, con desprecio y compasión, en esos seres miserables que no sienten, que no piensan, que no lloran.

  Quien estas líneas escribe, poco o nada sabe de métrica, ni de la obra de Juan Ramón, aunque, como disculpa, pobre disculpa, confiesa que es un apasionado leedor de Platero  y yo, que el propio poeta definió como un gran movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza; no lo encuadra, por tanto, como una nueva tendencia literaria, sino como la manifestación lírica de una actitud estética, nacida de un estado de ánimo. Hablamos del modernismo español para diferenciarlo del decadente francés y del deslumbrante  hispanoamericano, introductor del movimiento a través de Rubén Darío. Una muestra de esta forma de expresión espiritual la encontramos, precisamente, en Platero, en cualquiera de sus capítulos, por ejemplo, el titulado El Corpus  (LVI):

Entrando por la calle de la Fuente, de vuelta del huerto, las campanas, que ya habíamos oído tres veces desde los Arroyos, conmueven, con su pregonera coronación de bronce, el blanco pueblo. Su repique voltea y voltea entre el chispeante y estruendoso subir de los cohetes, negros en el día, y la chillona metalería de la música. La calle, encalada y ribeteada de almagra, verdea toda, vestida de chopos y juncias. Lucen las ventanas colchas de damasco granate, de percal amarillo, de celeste raso, y, donde hay luto, de lana cándida, con cintas negras. Por las últimas casas, en la vuelta del Porche, aparece, tarda, la Cruz de los espejos, que, entre los destellos del poniente, recoge ya la luz de los cirios rojos que lo gotean todo de rosa. Lentamente, pasa la procesión. La bandera carmín, y San Roque, Patrón de los Panaderos, cargado de tiernas roscas; la bandera glauca, y San Isidro, Patrón de los Labradores, con su yuntita de bueyes; y más banderas de más colores, y más Santos, y luego Santa Ana, dando lección a la Virgen niña, y San José, pardo, y la Inmaculada, azul. Al fin, entre la guardia civil, la Custodia, ornada de espigas granadas y de esmeraldinas uvas agraces su calada platería, despaciosa, en su nube celeste de incienso. En la tarde que cae, se alza limpio, el latín andaluz de los salmos. El sol, ya rosa, quiebra su rayo bajo, que viene por la calle del Río, de oro viejo de las dalmáticas y capas pluviales. Arriba, en derredor de la torre escarlata, sobre el ópalo terso de la hora serena de junio, las palomas tejen sus altas guirnaldas de nieve encendida....Platero, en aquel hueco de silencio, rebuzna. Y su mansedumbre se asocia, con la campana, con el cohete, con el latín y con la música de Modesto, que tornan al punto, al claro misterio del día; y el rebuzno, se le endulza, altivo, y, rastrero, se le diviniza....

   A la vista está que no se trata de una descripción gráfica y academicista, hasta entonces al uso, sino que en ella laten, sobre todo, la impresión y las sensaciones que le producen el procesional desfile. Un poeta lo recitará como si de poesía pura se tratara; un melómano, tal vez, lo que primero perciba sea su musicalidad, un arabesco musical, decía Ramiro de Maeztu; y un pintor paseará por una galería de cuadros impresionistas pintados con la pluma palabrera del poeta de Moguer, pero, sobre todo, se desvela la gran belleza que se esconde en las cosas más sencillas y naturales.

   El pueblo blanco, la calle encalada, la nieve encendida; el negro; la almagra (óxido de hierro); el rojo, granate, la bandera carmín (rojo intenso), escarlata; rosa; la calle verdea, la bandera glauca (verde claro), esmeraldinas uvas agraces (sin madurar); azul, celeste; amarillo, oro viejo; pardo; el bronce campanero y la metalería de cegadores reflejos: todos los colores que sentían y brocheaban Manet, Monet, Degas, Renoir o Pisarro. Juan Ramón no era mal pintor y tuvo durante un tiempo hospedado en su casa a Sorolla, el pintor de la luz deslumbrante y de sus soleadas sombras.
   En los actos que se celebran con motivo del cincuenta aniversario de la concesión del premio Nobel en 1956 (Juan Ramón murió dos años más tarde en San Juan de Puerto Rico), se recordó a una persona que fue fundamental en la vida del poeta moguereño: su esposa, Zenobia Camprubí; pero, no parece sino que, al lado del homenaje que con toda justicia se le tributó, se vislumbraba el riesgo de relegar a un segundo plano la figura del autor de Platero y yo, del Diario de un poeta recién casado (mi mejor libro, le dice a Ricardo Gullón, en 1952), en el que aporta el revolucionario “verso libre”; de Dios deseado y deseante, y mil más.
   Por último, conviene recordar que Juan Ramón era un buen amigo de otro gran poeta de Huelva, Rogelio Buendía, injustamente olvidado y con quien compartía ideas sobre el modernismo. En el prácticamente ya 2014, se cumple el Centenario de la publicación de su obra genial y maestra Platero y yo.

jueves, 28 de noviembre de 2013

EL CONOCIMIENTO DE EMBARQUE


Alberto Casas.

   Conocimiento de Embarque es el documento expedido por el Capitán que acredita la recepción a bordo de las mercancías especificadas en el mismo para ser transportadas al puerto de destino, conforme a las condiciones estipuladas, y entregadas al titular de dicho documento (A. Vigier de la Torre.- Derecho Marítimo. 1973).
   Este precepto, una de las estipulaciones jurídicas que recoge nuestro Ordenamiento Marítimo, carácter imperativo en la contratación del transporte marítimo de mercancías, documento que ya circulaba en la antigüedad, salvando los matices temporales y espaciales que a lo largo de los siglos van replanteando nuevos procesos normativos en su estructura convencional, y en su observancia y cumplimiento.
   En el área mercantil, mediterráneo y atlántico, recibían, respectivamente, los nombres de póliça de cárrega en el ámbito catalán, bill of landing en Inglaterra, en Francia conaissement, en Italia polizza di carico, en el Adriático polissa de bordo, en neerlandés cognossement, en alemán konnssement, en los paises escandinavos utenriks konnossement...
   Antiguamente el embarque de mercaderías consistía, básicamente, en una actividad que se desarrollaba bajo los criterios que establecían los usos y costumbres mercantiles y comerciales en el que, conjuntamente, se obligan todos por el todo, desde los mareantes o navegantes (el magístrum navis) y demás gente de mar, hasta los mercaderes y pasajeros que van con ellos, que también en este tráfico tienen la condición de navegantes según señala Hevia Bolaños (Laberinto del comercio terrestre y naval.- 1617).
   En esta actividad regían unas prácticas tradicionales que se ajustaban en un Derecho consuetudinario común, sin construcción doctrinal, al que se remitían las personas y asociaciones vinculadas y participantes en el transporte, desde los miembros que componen la tripulación hasta los comerciantes que habitualmente navegan con sus mercancías; El mercader puede tener a bordo dos mozos, pero pagará el precio del viaje por ellos (Leyes Rhodias). Como escribe Ulpiano (170?-228),  intervienen en la restitución de las cosas que les han sido entregadas nautas, caupones, et stabulariorum (Pandecta, Título IX, Libro XIV).
   Pero la navegación estaba (está) sujeta a una serie de riesgos, unos considerados naturales (temporales, naufragios, embarrancamientos, echazón de mercancías (iactu) por razones de seguridad de la nave, etc.), y otros imprevistos pero reales, como robos, saqueos, abordajes, o el ataque de piratas que infectaban prácticamente los mares del Mediterráneo oriental, ocasionando graves perjuicios al comercio naval.
   Las condiciones que rodeaban este agitado escenario naval, demasiados frecuentes en aquella época, demandaban urgentemente la implantación de normas que regularan las responsabilidades que habían de asumir las personas implicadas en el negocio marítimo, ya en su almacenaje, en su embarque y desembarque y en las eventualidades ya señaladas.

   Probablemente sean estas circunstancias, o una más, el germen de la elaboración de leyes escritas desligadas del carácter local de las mismas, que se adaptaran a la realidad dominante, armonizando y universalizando los intereses económicos y sociales de los países del entorno (fenicios, egipcios, griegos, cartagineses y de la Magna Grecia o sicilianos). Con esta perspectiva, también política, se componen las Leyes Rhodias (de la isla de Rodas), fuente de emplazamiento de los vigentes derechos marítimos y mercantiles, y la base en la que se crea y desarrolla el Derecho Romano en esta faceta, que ni la Ley de las XII Tablas contempla, de tal forma que se atribuye al emperador Antonino la conocida frase, Yo soy, ciertamente, Señor en la tierra, mas la Ley los es del mar; los negocios marítimos trátense según las Leyes Rhodias.
   Alrededor de este cuerpo jurídico, los romanos promulgan el Edicto al que incorporan la actio de recepto dentro de la custodiam praestare o prestación obligatoria de custodia `del cargamento, como parte del oficio del capitán (magister navis), que en la mayoría de los casos era además propietario de la nave, o leño, añadiéndose el concepto de culpa que se le puede imputar por incumplimiento, negligencia o lenidad en el daño causado.
   Pero, como a todos los Imperios, a Roma también le había llegado su hora y su caída que la Historia la sitúa en el año 476, culminando una decadencia que Teodosio trató de remediar inútilmente, aunque su medida logró que se salvara el Imperio Romano de Oriente, heredera, depositaria y conservadora de la cultura clásica, especialmente de la estatutaria, labor en la que puso todo su empeño y medios el emperador Justiniano (527-565), que rodeándose de los juristas más prestigiosos, como Triboniano, Teofilo, o Doroteo, les encargó la realización de una compilación legislativa recogiendo disposiciones, relaciones, colecciones, comentarios, constituciones imperiales, jurisprudencia, etc., y textos, entre otros, de Paulo y Ulpiano, conformando un sistema  legal uniforme, asegurando la permanencia  de las reglas del derecho marítimo, comercial y mercantil.
   El Código de Justiniano, o Corpus Ius Civilis, está dividido en cuatro partes: Digesto o Pandectas (donde están insertas la mayor parte e las leyes Rhodias), Instituciones, Código y Novelas.
  El Código garantiza la continuidad jurídica que después de un largo periodo de paralización y adaptación vuelve a restablecerse, al principio con matices que permiten una diferenciación entre las atlánticas y las mediterráneas, en razón de la meteorología que distingue a ambas zonas (viento, mar, corrientes, etc.), por el tipo de naves que surcan dichos mares (más pesadas en el Atlántico), por los accidentes geográficos de sus costas, por los productos que se exportaban e importaban, tradiciones náuticas distintas  que se reflejan en las leyes marítimas que se promulgan. En el Atlántico, las Roles d’Oleron (s. XII), Ordenanzas de Wisbuy (isla de Gothland en el mar Baltico), el Ius Hanseaticum, (S. XIII) por el que se encauzan las ciudades portuarias que forman la Liga Hanseatica), y en Mediterráneo se pueden destacar el Consulado del Mar, y las reglas de las repúblicas de Génova, Venecia y Malta.

   El descubrimiento de América y las grandes travesías trasatlánticas exigen modificaciones en las normas de navegación en las que irrumpe el pasaje de viajeros a las Indias, protagonismo legal que culmina con su integración en los Códigos que comienzan a establecerse en el siglo XIX, en España en 1885, en el que tanto el Código como la jurisprudencia reconocen el triple valor del Conocimiento de Embarque, como título de crédito contra el Capitán, como título representativo de las mercancías embarcadas, y como título probatorio, aunque la internacionalización del comercio y los conflictos de sus respectivas leyes que pueden originarse entre diversos países, prescribe que puedan dirimirse sujetándose a las reglas del Convenio de Bruselas aprobado el 25 de Agosto de 1924, sustituido por el del 10 de diciembre de 1957 y ratificado por España en 1959. Incluso los usos y costumbres tienen validez como norma supletoria en situaciones no previstas en las leyes.

jueves, 21 de noviembre de 2013

LA SALAZÓN




Alberto Casas.            

   En la antigüedad, y especialmente en las regiones de clima templado, sólo era posible la conservación de los alimentos mediante la utilización, principalmente, de tres procedimientos cuya finalidad consistía en la deshidratación de los productos, en este caso del pescado, para evitar su descomposición y pudrición, alargando, de esta manera, su periodo de consumo: el secado, el ahumado y la salazón, que en cada caso requieren una experimentada técnica depurada y evolucionada desde los tiempos más remotos, en la que la condición resultante está supeditada a que el proceso de esterilización no reduzca excesivamente el peso a causa de una pérdida de agua que sobrepase los limites adecuados. En todos los casos era preceptivo que, previamente, las piezas fueran descabezadas, evisceradas, desangradas, lavadas y cortadas o troceadas. El tajador usaba sus propias herramientas de corte y era uno de los oficios más considerados y reclamados, pues en gran manera la calidad del producto depende de ellos. Concretamente, la composición química aproximada del atún, que nos sirve de ejemplo,  es de un 30 % de proteínas, un 5 % de grasa y un 65 % de agua, además e contener minerales (sodio, potasio, calcio, magnesio, fósforo, etc.)

  
El secado se obtiene por evaporación. El pez se exponía, bien al aire libre o en salas, generalmente situadas en los pisos superiores de la factoría, con ventanas que se abrían o cerraban según conviniera, a los efectos de mantener una determinada temperatura y ventilación, como así aparecen en los restos arqueológicos de las chancas de Baelo Claudia (Bolonia), cerca de Zahara de los Atunes; Baessipo (Barbate), Huedi Coni (Conil), Mellaria (Tarifa), Carteia (Algeciras), las descubiertas en Punta Umbría (Huelva), etc. La orientación de la aireación de los secaderos era esencial para lograr un género de condición plausible y de selección en todas sus partes que supone un 95 % de la pieza: la ventrecha, que es la parte más grasa, o la preparación de la cecina  o mojama, curada con sal y secada al aire libre, al sol o al fuego. Los duques de Medina Sidonia, dioses de los atunes, habían establecido la costumbre de enviar todos los años, por la cuaresma, varios trozo de mojama a los reyes de España de la casa de Austria. También se enviaba al monasterio de Guadalupe, y el año que por algunas circunstancias no se mandó, precisamente en 1755, se produjo el demoledor terremoto de Lisboa, achacando el pueblo el desastre a un castigo de la Virgen por el incumplimiento de la promesa ducal.

Según Cobarruvias (Tesoro de la Lengua Castellana o Española.- 1611), la carne de atún es muy mala para los viejos, aunque las ventrechas son tenidas por comida de gran regalo. Por el contrario Dioscórides (siglo I) atribuye a la carne de atún salada, omotarichos, propiedades curativas contra la mordedura de las viboras.

   El ahumado, su propio nombre establece la técnica empleada, y en la operación era fundamental la elección de la leña que se había de quemar, prefiriéndose las maderas duras y poco resinosas, pues el sabor y el calor dependían en gran parte de la clase que se utilizaba y siempre vigilando el grado de temperatura que debía alcanzar para que la pieza no se cociera. En ambos casos, secado y ahumado, una vez concluidos, se procedía a salar las piezas (en algunos lugares dicen salgar) en seco o en salmuera. Se discute si ya en aquellos tiempos se preparaba el atún en escabeche. Muchos siglos después, sería uno de los bocados más apreciado en la corte de los Austrias.
   La salazón se elaboraba a base exclusivamente del uso de la sal, bien en pilas, en tinas o cubas, ligeramente inclinadas, de cantos redondeados y un agujero en el fondo para facilitar el desagüe, en las que se depositaba el pescado, cubriéndolo de sal (salazón en seco), en una proporción de 25 a 30 ks. de sal por cada 100 ks. de pescado, o sumergiéndolo en salmuera (agua mezclada con sal), generalmente en una concentración de 350 grs. de sal por litro de agua, aunque la práctica y la experiencia hacían innecesarias este tipo de comprobaciones. Para especies más pequeñas se utilizaba, también, el salpresado (sardina embarricá). En toda esta elaboración, el atún requería unos métodos de trabajo más alambicados al tratarse de un pez graso, siendo más fácil la salazón de los magros al no necesitar ser despiezados, operación conocida con el nombre de ronqueo por el ruido que hace el cuchillo al ponerse en contacto con las vértebras del atún. En el Ars Cissoria (1423) del marques de Villena, al referirse al corte del atún, dice: Es otro el tajo dellos.

En la conservación del pescado se dio un gran paso, en 1795, con el invento del francés N. Appert, consistente en enfrascar los alimentos en botellas de vidrio, procedimiento que mejoró en 1818 William Underwood empleando envases de hojalata.
   Vemos, pues, que el alma de la conservación del pescado es la sal, material imprescindible, no sólo como instrumento de desecación, sino por sus propiedades antisépticas, sin duda conocidas desde los tiempos primitivos. Hablando de las características de los pueblos ibéricos suratlánticos, Estrabón dice que:

tienen sal fósil y muchas corrientes de ríos salados, gracias a lo cual, tanto en estas costas como en las de más allá de las Columnas, abundan los talleres de salazón de pescado, que producen salmuera,

   Y Homero (X a.J.C.) relata que era un pueblo muy diestro y muy experto en el arte de navegar y en la construcción de naves, tanto para el comercio como para la pesca.
   Sentencia el refrán, falte en tu mesa el pan, y no falte la sal, estableciendo en pocas palabras la enorme importancia de este producto para la humanidad, que incluso la satisfacción económica de su esfuerzo y trabajo lo llamamos sal-ario Constituye uno de los engranajes en los que se basa el equilibrio de los ritmos que rigen los mecanismos de la Naturaleza (clima, vientos, evaporación, temperatura, etc,) y el normal desarrollo de los seres vivos en sus aspectos fisiológicos y biológicos. En el Levítico, 2-13», se prescribe: A toda oblación que presentes, le pondrás sal; no dejarás que a tus ofrendas le falte la sal de la Alianza de Yahvé; en todas tus ofrendas ofrecerás sal.
   Gonzalo de Berceo llamaba agua de sal al agua bendita,

En cabo de la missa   -   el buen missa cantano
 bendizo sal y agua      -   conna su sancta mano;
                                           echo’l sobre’l enfermo -   tornó luego tan sano
                                           que más non pareció   -  de la lepra un grano.

y  en España estaba en vigor el estanco de la sal, ya recogida en Las Partidas, una de las fuentes de ingresos más importantes de las rentas reales, creando los alfolíes, centros de almacenamiento y distribución de la sal.

   Como tantas otras cosas, ya se han perdido, o no se usan, expresiones y vocablos tan vernáculos y genuinos, como cahíz, almud, arroba, tomín, y otros más para la medida y peso de tan preciado cristal.la

martes, 12 de noviembre de 2013

EL COLLAR DE LA PALOMA.- IBN HAZM.


  Alberto Casas.           

  En los comienzos de la invasión árabe, en el año 711, los musulmanes se mostraron tolerantes con cristianos y judíos, no imponiendo la conversión más que voluntariamente, aunque una vez profesado el credo islámico no se podía apostatar so pena de incurrir en pena de muerte, de acuerdo con lo establecido en la ley coránica. Sin embargo, fueron muchos los hispanos del sur que descontentos de los reyes godos se pasaron a las filas de los conquistadores, incluso abrazando su religión, principalmente durante la gobernación de Abd al- Aziz, hijo del general Muza, casado con Egilona, rubia ella, viuda de don Rodrigo, el último rey visigodo. Los nuevos musulmanes, o muladíes, constituían los Banu Aljamas, como el de Banu Hazm, formada por una antiquísima familia de ricos hacendados, probablemente descendientes de los celtiberos de Huelva (Sánchez Albornoz.- España, un enigma histórico), propietarios de grandes heredades en una zona llamada Mon Lisan, hoy Montija, muy próxima a Huelva (Welba), y dedicada preferentemente a la agricultura y a la ganadería, aunque también tenían intereses en la pesca, especialmente la de sardina, pero, sobre todo, el clan ha pasado a la posteridad porque a ella perteneció el gran poeta, polígrafo y filosofo Ibn Hazm (Abu Muhammad Ali ibn Hazm) autor del poema El collar de la paloma, universalmente conocido.

    Sa id, el patriarca de los Banu Hazm, participó activamente en las sangrientas luchas civiles promovidas por los partidarios de los  abbasíes liderados por Ibn al-Chilliqí (el hijo del gallego), que al salir en principio victoriosos invadieron las tierras de Niebla (Labla) desde su cuartel general instalado en Mérida, obligándolo a huir a Córdoba (Qurtuba) donde fue bien acogido, reconociéndosele el apoyo y fidelidad inquebrantable que desde el primer momento había mostrado al príncipe Omeya Aderramán I que, derrotando a los  abbasíes mandados por el gobernador de Córdoba Yusuf, fundó el primer Emirato de al-Andalus.
   Al llegar a Córdoba, capital del reino musulmán y que en aquella época estaba regida por Abderramán III, que instauró el primer califato independiente de Bagdad, se había convertido en la ciudad más importante de Europa, tanto por el número de sus habitantes, las crónicas hablan de alrededor de 1.000,000, así como por el esplendor de su cultura y la belleza de sus jardines y magníficos palacios y templos, como la gran mezquita empezada por Abderramán I y la deslumbrante Madinat al-Zahara, iniciada por Abderramán III en homenaje a su concubina favorita Zahara.
   El favor que gozaba Sa id en la sociedad cordobesa sirvió para que su hijo Ahmad, hombre culto, refinado y honesto, se introdujera en la compleja y elitista burocracia palatina, ganándose la confianza del califa al-Hakam II, célebre, entre otras vicisitudes, por su grandiosa biblioteca donde se depositaban más de 400.000 volúmenes a la que acudían estudiosos de todo el mundo conocido. A pesar de su corto reinado (961-976) y distinguirse por ser un monarca amante de la paz, que sólo pudo obtenerla tras derrotar a los cristianos en San Esteban de Gormaz y más tarde a los vikingos, o machus, como eran llamados por los árabes, que después de subir por el río Odiel saqueando sus poblaciones, remontaron el Guadalquivir encontrándose en Sevilla con la flota musulmana que les infringió una severa derrota obligando a muchos de ellos a huir y refugiarse en los extensos arenales de la Rocina, donde se les dejó instalarse con la condición de que se dedicaran a labores pacificas, agricultura, cría de caballos, etc. Este asentamiento nórdico es el origen de los rubios de la comarca de  Almonte y Doñana.

   Ahmad alcanzó altos puestos dignatarios en la Corte y Almanzor lo llevó a su residencia de al-Yazira, nombrándolo Visir, pero a la muerte del caudillo árabe, en los sucesivos reinados empezaron a reinar el caos y la decadencia del califato con continuas guerras civiles entre facciones de bereberes, abbasíes y ziríes que desembocaron en la descomposición y desmembramiento del reino y la diáspora de los Omeyas y de sus seguidores, como los Banu Hazm, cuya adhesión y lealtad les causó la ruina, el embargo de sus bienes, la prisión y el destierro.
   Ibn Hazm compartió el triste destino de su padre Ahmad deambulando de un lugar a otro, y fue estando en Játiva, sobre el año 1022, cuando empezó a escribir, en árabe culto, su obra magistral El collar de la paloma (Tawq al-Hamẫma). El manuscrito de esta joya literaria fue descubierto por el gran arabista Reinhardt Dozy en 1841, y su lectura sorprendió y entusiasmó a historiadores y literatos que de inmediato la proclamaron como el poema lírico más sublime, fascinante y elegante que se ha escrito en la historia de la literatura arábiga, en la que se exponen, poética y delicadamente, las reflexiones propias que el autor vierte sobre el amor, en las que se manifiestan unos sentimientos que brotan, espontáneamente, de su arraigado temperamento hispano-andalusí, distinto del de los poetas árabes (persas, egipcios, sirios etc.).

  Proscrito y cansado de peregrinar y de ser perseguido, acosado y denostado hasta el punto de que el régulo de la taifa de Sevilla al-Mutamid había ordenado quemar todos sus escritos: quemaréis el papel, pero no quemaréis el pensamiento a él confiado y menos aún el que está en mi cerebro.

   Hostigado y marginado, resolvió retornar al venero de su estirpe e individualidad, el predio de Montija en Huelva, donde pasó sus últimos años y en el que falleció y fue enterrado en 1064.

lunes, 4 de noviembre de 2013

LA MUERTE DE COLÓN


Alberto Casas.

 El miércoles, día de la Ascensión, 20 de Mayo de 1506, entrega su alma a Dios

el Señor Don Cristóbal Colón, Almirante, é Visorrey é Gobernador General de las islas é Tierra Firme de las Indias descubiertas é por descubrir. El tránsito tuvo lugar en Valladolid

habiendo recibido, con mucha devoción, todos los sacramentos de la Iglesia y dicho estas últimas palabras: In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum (Hernando Colón. Historia del Almirante, Cap. CVIII).

   Quiere la tradición que su fallecimiento se produjo en una casa de su propiedad en la calle Ancha de la Magdalena, número 2, en la que se ha colocado una placa que dice: Aquí murió Colón, celebrándose sus exequias en la iglesia Santa María la Antigua.    Sus restos, amortajados con el hábito franciscano, fueron inhumados en el convento de San Francisco de los monjes mínimos, probablemente en la capilla de don Luis de la Cerda; en la sepultura, según su hijo don Hernando, mandó grabar el Rey Católico la inscripción

A Castilla y a León
Nuevo Mundo dio Colón.

  Cómo se desconoce la fecha de su nacimiento, no es posible establecer la de su edad en el día de su muerte, aunque se especula que debía de andar entre los 55 y 60 años, a pesar de que el padre Andrés Bernáldez, el cura de Los Palacios, que le conoció personalmente y albergó en su casa, donde el Almirante le dejó en depósito algunos de sus documentos, escribiera que murió in senectute bona, es decir, alrededor de los 70 años.
   Tampoco existe unanimidad en cuanto a la enfermedad que le condujo a la tumba, pues se habla de gota, de tifus exantemático, de artritis reumatoidea crónica, agravado también con otros males, dice su hijo sin nombrarlos, quizás sífilis también, además de una conjuntivitis que él mismo Cristóbal Colón reconoce:

estuviese treinta y tres días sin concebir sueño y estuviese tanto tiempo sin vista, non se me dañaron los ojos ni se me rompieron de sangre y con tantos dolores como agora (Relación del tercer viaje).
           
   El cuarto y último viaje a las Indias acabó con sus fuerzas; tempestades y tormentas espantables....la gente muy enferma....allí se me refrescó del mal de la llaga; nueve días anduve perdido sin esperanza de vida. Cuando arribó a Sanlúcar de Barrameda, un jueves, 7 de Noviembre de 1504, Colón era ya un cadáver viviente y los cabellos con los trabajos se le tornaron canos. Achacoso, cegato, con las piernas entumecidas que apenas si podía dar un paso, comenzó una penosa y humillante peregrinación tras la Corte, esperando ser recibido por el rey Fernando (¿su pariente?), para discutir sus derechos concertados en las Capitulaciones de Santa Fe. El rey tiene el rasgo de autorizarle a viajar en mula ensillada y enfrenada.
   En Valladolid rinde su última singladura; ha llegado la hora del desguace de su cuerpo que no el de su gloria. El día antes, 19 de Mayo, dispuso sus últimas voluntades ante escribano público, instituyendo a mi caro hijo don Diego heredero de todos mis bienes y oficios que tengo de juro y heredad.
   En 1509, don Diego Colón manda trasladar los restos de su padre al monasterio cartujo de Santa María de las Cuevas, en Sevilla, para que sean enterrados en la cripta de la capilla de Santa Ana, evento que se formalizó el 11 de Abril de dicho año, siendo prior de la cartuja covitana don Diego de Luján.

En 1523, don Diego, el segundo Almirante, dispone que si su muerte se produjese en la isla de Santo Domingo, sea enterrado en el convento de San Francisco de dicha ciudad, pero que si falleciese en Sevilla mando que mi cuerpo sea depositado en el monasterio de las Cuevas con el cuerpo de mi señor padre, que está allí. Don Diego murió en Sevilla en 1526, cumpliéndose lo dispuesto en su testamento.
   Se ha impuesto la teoría de que su viuda, doña María de Toledo, trasladó en 1544 los restos de su marido y de su suegro, el Almirante, a Santo Domingo, `que se embarcaron en la nave San Cristóbal de la flota de Hernando de Soto, en la que también hizo el viaje fray Bartolomé de las casas, pero resulta extraño que un acontecimiento de tanta importancia no aparezca en la documentación de embarque del navío que realizó la travesía, ni tampoco los de su exhumación en los Protocolos y el Becerrillo del monasterio de las Cuevas.
   Colón abandonó este mundo llevándose un gran secreto, tal vez terrible, que ni a sus hijos quiso desvelar:

De manera que cuan apta fue su persona y dotada de todo aquello que para cosa tan grande convenía, tanto más quiso que su patria y origen fuesen menos ciertos y conocidos....considerado esto, me moví a creer que así como la mayor parte de sus cosas fueron obradas por algún misterio, así aquello que toca a la variedad de tal nombre y apellido no fue sin misterio (Historia del Almirante. Cap. I).

   ¿Fue pirata? ¿estuvo condenado a remar en las galeras?. No consintió que se le hiciese ningún retrato, y si algo sabemos de él es por las referencias de quienes lo conocieron: de buena estatura, nariz aguileña, ojos garzos (azules), la color blanca, que tiraba a rojo encendido; la barba y cabellos, cuando era mozo, rubios, puesto que muy presto, con los trabajos, se le tornaron canos....; rasgos que no coinciden demasiado con los que se vendimian en la cepa latina. ¿Gallego, catalán, mallorquín, palentino, extremeño, portugués, francés, sardo,  genovés… franciscano, caballero templario, judío, converso…?
   Todavía, a finales de abril de 1506, un mes antes de morir, ofrece a Doña Juana, ya reina de Castilla y a su esposo Felipe el Hermoso, que desembarcan en La Coruña, sus servicios y conocimientos:

… muy humildemente suplico a Vuestras Altezas que me cuenten e la cuenta de su real vasallo y servidor, y tengan por cierto que, bien que esta enfermedad me trabaja agora así sin piedad, que yo les puedo aún servir de servicio que no se haya visto su igual…

   Naturalmente, no pudo realizar el viaje para presentarse a los reyes en Segovia; ni fuerza ni salud se lo permitieron, solo estaba preparado para emprender el último.
   Si realmente era un Colombo, ¿por qué cambió su apellido por Colón, transmitiéndolo a toda su descendencia? ¿Sabía don Fernando, el rey Católico, la verdad que escondía el arcano? Mientras sí y mientras no, descanse en paz el Señor Don Cristóbal Colón, en Sevilla, en Santo Domingo, o dondequiera estén enterrados sus restos.

           








lunes, 28 de octubre de 2013

EL APÓSTOL SANTIAGO EN AMÉRICA



           Alberto Casas.

   No debe sorprendernos que se nombrara Patrón de las Españas al bueno aunque un tanto impetuoso apóstol, que en cuanto oía lo de ¡Santiago y cierra España! montaba en su caballo, que todavía no se sabe de qué color blanco era, y con un pedazo de espada así de grande se plantaba en medio del campo de batalla cortando cabezas de moros a diestro y siniestro, sin contar los que despanzurraba a coces el albo rocín, lo que explica que se le conozca como Santiago matamoros. En agradecimiento, los reyes cristianos inventaron lo del Voto de Santiago, mientras que el resto de Europa, siguiendo el rastro de las estrellas, la Vía Láctea, a la que también llaman “camino de Santiago”, senderaba las rutas jacobeas para purificar sus cuerpos y sus corazones a los pies del sepulcro del discípulo del Señor, descubierto sobre el año 800. Asimismo, se realizaban peregrinaciones por mar, preferentemente desde los países del norte de Europa, de Inglaterra e Irlanda, aunque la travesía no estaba exenta de riesgos como así lo pregonaba una canción muy en boga de la época:

Navegando hacia Santiago
renunciad a todo halago.
Habéis de pasar mal trago
en la mar.
En Sándwich o en Winchelsea,
en Bristol o donde sea,
 todo el mundo se marea
al embarcar.

   Según la tradición, en la iglesia de Reading había una reliquia del Apóstol, una de sus manos, entregada por la princesa Maud. A dicha iglesia fueron en peregrinación el rey consorte don Felipe (Felipe II) y su esposa la reina de Inglaterra María Tudor.
 Si romeros eran los que acudían a Roma y palmeros los que iban a Jerusalén, sólo se consideraban auténticos peregrinos los que se dirigían a Compostela, tal como ya lo dice Dante Alighieri en su Vita Nuova: In modo stretto non s’intende pellegrino se non chi va verso la casa di San Jacopi, o riede.
   Cuando los españoles emprendieron la gran aventura americana, se encontraron con la desagradable sorpresa de que la mayoría de los indios (las indias eran otra cosa) no se dejaban conquistar así porque sí, de modo que para salir de apuros no había más remedio que lanzar de nuevo el antiguo grito de guerra al que, efectivamente y de inmediato, respondía el Hijo del Trueno, como le puso el Señor, con la eficacia y contundencia acostumbradas. Sin embargo, a veces los indios eran tantos que el Santo se veía obligado a solicitar una ayudita del cielo, como nos lo cuenta fray Juan de Torquemada: Si no fuera por lo que decían los indios que la imagen de Nuestra Señora les echaba tierra en los ojos y que un caballero muy grande, en un caballo blanco, con espada en la mano, peleaba sin ser herido y su caballo con la boca, pies y manos hacía tanto mal como el caballero con la espada. Bernal Díaz del Castillo también nos relata la oportuna aparición de Santiago en la batalla de Zintla que acabó con la clamorosa victoria de Hernán Cortés, justamente cuando estaba a punto de convertirse en un desastre total; el cronista confiesa que él no vio, a lo mejor, dice, porque yo como pecador no fuera digno de verlo.

   Al apóstol debió gustarle mucho México, pues aprovechaba la mínima ocasión para hacer acto de presencia, y todavía lo hace, y esta debe ser la razón por la que en este maravilloso país más de ciento cincuenta, entre pueblos y ciudades, lleven su nombre y que la catedral se pusiera bajo su advocación. También anduvo cabalgando por las volcánicas tierras guatemaltecas echándole una mano a Pedro de Alvarado, Caballero de Santiago, y el emperador Carlos V, agradecido, mandó esculpir su ecuestre figura en el escudo de Managua. Con su corcel recorrió América de norte a sur, y en Perú, durante la insurrección de Manco Capac, puso en fuga a los incas que en proporción de mil a uno tenían cercada la ciudad de Cuzco. Varias son las capitales nacionales bautizadas con el nombre del Santo Patrón: Santiago de Chile, fundada por Pedro de Valdivia el 24 de febrero de 1541, en recuerdo de la terrible lucha contra los indómitos araucanos capitaneados por Caupolicán y Lautaro que tuvieron que huir al ver venir sobre ellos a un cristiano en un caballo blanco, con la mano en la espada desenvainada; Santiago de Quito (Ecuador), Santiago del León de Caracas (Venezuela), Santiago de Managua (Nicaragua), Santiago de Guatemala (Guatemala) y, en general, la devoción al apóstol se manifiesta profusamente en la toponimia de la América hispana: Santiago de Cuba, Santiago de la Vega (Jamaica), Santiago de las Coras (California), Santiago de Cali (Colombia), Santiago Mexquititlán (México), Santiago de Tucumá (Perú), Santiago de la Frontera (El Salvador), Santiago de Veragua (Panamá), Santiago de Puringla (Honduras), Santiago del Estero (Argentia), etc.; otros tantos toponímicos podemos nombrar de Filipinas.

   Asimismo, esta patronal devoción aparece en sus leyendas, tradiciones, festividades, danzas, arquitectura, pinturas, imágenes, algunas tan curiosas como la que se encuentra en el pueblo de Nagarote (Nicaragua), en la que el Santo se venera vestido con un flamante uniforme de general con sus doradas charreteras, cordones, gorra de plato, correaje de gala, bocamangas entorchadas, zapatos negros de charol y un sable auténtico; todos los 25 de julio lo sacan en solemne procesión montado en un caballo de verdad. Esta visión puede resultar algo chocante, pero quizás no represente otra cosa más que el símbolo de una fe sencilla y del patrocinio de un personaje vivo, actual, poderoso y siempre alerta para socorrernos en cuanto invoquemos su divina intercesión;
   El Año Santo Jacobeo, con su indulgencia plenaria, fue promulgado por el Papa Calixto II en 1122, estableciendo su celebración cada vez que el 25 de julio caiga en domingo.

                                                                                                                            

lunes, 21 de octubre de 2013

SIRENAS



Alberto Casas.   

Sobre las sirenas existe una abundante literatura en la que se recogen leyendas y tradiciones que, generalmente, presentan a estas mitológicas deidades marinas como seres malignos y embaucadores, a las que Gerard Lyon, en el Diálogo de las criaturas moralizadas (1481), define como un monstruo de la mar, de medio cuerpo para arriba doncella y de medio cuerpo para abajo pez: Con tanta dulzura cantan, que hacen dormir a las gentes, en especial a los navegantes. Los jóvenes, atraídos por sus cánticos, se precipitan a las ondas, do perecen ahogados.   Precisamente, por su encantadora voz y otra clase encantos y cualidades eran famosas las sirenas Aglaofone (la del bello rostro), Thelxiepia (la de conversación encantadora), Pisinoé (la persuasiva), Molpo (la musa), Parténope (la que huele a doncella) enterrada en Nápoles, Leucosia (la pura), Rednel (la que mejora) y Teles (la perfecta), aunque en un principio se representaban con medio cuerpo de mujer y medio cuerpo de ave. Eran hijas de Acheloo, dios de los ríos y de la fuentes y, según la tradición, de la musa Melpóneme. Su triste destino estuvo marcado en un concurso de canto entre ellas y las musas; al perder, Hera, la mujer de Zeus, las condenó al fondo del mar, eligiendo ellas los mares turbulentos de Scila y Caribdis en las costa de Sicilia.

  El sabio jesuita Martín del Río (1551-1608), en su obra Disquisitiorum Magicarum Libri Sex, las clasifica dentro del cuarto género, es decir, demonios acuáticos que moran en los mares, ríos, lagos y arroyos; que suelen aparecer con apariencia de mujeres muy bellas y una voz maravillosa con la que entonan canciones llenas de sensualidad que seducen y embrujan a los incautos marinos que las escuchan. Pero detrás de tanta hermosura, candor y dulzura, se esconden siniestras intenciones que no son otras que conducir a las naves contra los escollos de la isla donde habitan y agarrar a los náufragos hasta ahogarlos, trágico destino del poeta Shelley (1792-1822), que al zozobrar su velero, lo cogieron por el vientre arrastrándolo hasta el fondo; esto ocurrió el 8 de julio de 1822. El poeta estaba casado con Mary Shelley la autora de Frankenstein. La misma suerte corrió el argonauta Hilas, hijo de Teodomante, al que una sirena enamorada de él, al verlo en la fuente de Pegas le echó de abajo arriba su brazo izquierdo al cuello, ansiosa de besar su boca suave, y con la mano derecha lo atrajo por el codo. Y lo hundió en medio de un remolino. (Apolonio de Rosas. El viaje de los argonautas).
   De estos mortales abrazos se libró el héroe Ulises, gracias a los consejos de la enamorada Circe:

Llegarás primero a las sirenas que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerque a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos pequeñuelos rodeándole, llenos de júbilo, cuando torna a sus hogares, sino que le hechizan con el sonoro canto, sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo  y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda, previamente adelgazada, a fin de que ninguno la oiga; mas si tú deseares oírlas, haz que te aten en la velera embarcación de pies  derecho y arrimado, a la parte inferior del mástil, y que las sogas se liguen al mismo; y así podrás deleitarte escuchando a las sirenas. Y caso de que supliques o mandes a los compañeros que te suelten, átente con más lazos todavía” (Homero. La Odisea.  s. X-IX a.C.).

   También Colón las vio el miércoles, 9 enero de 1493, aunque no sufrió percance alguno, quizás porque aquel día no tenían ganas de cantar, o estaban roncas.

El día pasado, cuando el Almirante iba al Río de Oro, dijo que vido tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras veces vido algunas en Guinea en la costa de la Manegueta

   Sobre el origen de estos maléficos seres, para algunos, exprimiéndose el magín, lo sitúan en el ancestral temor reverencial a las profundidades abismales, tanto terrestres como marinas, donde se cobijan espíritus infernales que aseguran son, ni uno más, ni uno menos, 1.234.431.
   Pero el problema de las sirenas radica en que son seres mortales y no suelen vivir más de ciento cincuenta años, pues son hijas de los ángeles guardianes (egregores) y las mujeres de la Tierra:

Viendo los hijos de Dios a las hijas de los hombres que eran hermosas, tomáronse mujeres, las que escogieron entre todas” (Génesis, V.1).

   En consecuencia, desde tiempos muy antiguos se ha planteado el dilema de la procreación de estas criaturas, y la respuesta, cierta o espuria, puede estar en el Auto de Fe celebrado en Lepe (Huelva) el 6 de mayo de 1491, narrado en el Martellus. El Glorioso Triunfo de la Santa Fe” (1501), que escribió el dominico fray Benito de la Santa Espina y dedicó al Excelentiƒsimo Señor duque de Medina Sidonia, conde de Niebla, señor de la noble ziudad de Gibraltar. En dicha obra se cuenta como en la marinera villa se detuvieron a 6 mujeres mui hermosas, que, tras el interrogatorio de los inquisidores Pedro Belorado, abad del convento de San Pedro de Cardeña, y el Licenciado Pedro Ramo, fueron conducidas y encerradas en la mazmorra más oscura del castillo de Triana, permanentemente vigiladas por personal armado; pero las infelices fueron muriendo una tras otra en el corto periodo de unos dos meses. El dómine, que dice vio los cadáveres, afirma que eran sirenas por la cola de pez que les había crecido durante el encierro, destacando el mal olor que despedían y tener los ojos abiertos, siendo nulos los esfuerzos para cerrarlos; una de ellas fue embalsamada para el duque de Medina Sidonia, permaneciendo la momia en la casa ducal hasta que uno de sus Señores la regaló al Papa Gregorio XIII en 1580.
   La causa de la detención se debió a la sospecha que se extendió a toda la población, extrañada de que cada cinco años, más o menos, aparecían de repente por el pueblo unas jóvenes muy bellas y muy insinuantes, que al quedar inevitablemente embarazadas, tan misteriosamente como habían llegado desaparecían para siempre sin dejar rastro. En esta ocasión, las leperas dirigidas por una tal Leonor de Ana, mujer del borceguinero Francisco de Flandes, estuvieron al acecho logrando apresar a seis preñadas cuando se quitaban la ropa para lanzarse al agua; la sorpresa y horror fue que al verlas desnudas descubrieron que no tenían ombligo. El eximio polígrafo don Leonardo Alonso de la Losa (1857-1922) niega la autenticidad de la historia, considerando que se trata de un opúsculo anónimo, de finales del siglo XVIII, que fraudulentamente se añadió al libro del fraile predicador.
   Sea como sea, el relato nos deja un aviso a los navegantes: que lo primero y principal es cerciorarse, antes de nada, de si las mozas tienen ombligo o no.


   Por lo menos, aunque de bronce y 1,25 de altura, podemos contemplar la Sirenita de Copenhague, inspirada en un cuento de Hans Christian Andersen. Sentada sobre una roca, nos muestra una cara con gesto dulce y melancólico, incapaz de hacer daño alguno, sino todo lo contrario.

lunes, 14 de octubre de 2013

EL SOMORMUJADOR


Alberto Casas

BUZO.- Nadador hábil que por naturaleza ó aprendizage se ha acostumbrado á sufrir el resuello largo tiempo debajo agua, pudiendo de este modo reconocer los objetos sumergidos y operar sobre ellos. En los arsenales, y bajo la dirección del Buzo Mayor, hay escuela de este oficio en la que se dan plazas efectivas á los ya diestros en él, destinándolos al servicio en los mismos arsenales y delos buques de guerra. Dícese también Buzano, Somorgujador, y    Somormujador. (TimoteoO’Scanalan (1831).- Diccionario Marítimo Español).
La actividad del buceo es practicada desde los tiempos más remotos, de ello dan fe los pescadores de perlas y de esponjas entre otros: No hay trabajo peor ni más penoso para los hombres que el de los cortadores de esponjas (0piano,  Haliéutica), opinión que comparte Plinio en su Historia Natural. Asimismo, hay constancia de su práctica en Egipto alrededor de 5.000 años a. C.,  y en la mitología griega, Teseo hubo de bajar al fondo del mar para recuperar el anillo de oro del rey Minos.

  En el Museo Británico se expone una tabla en la que se ve a Assurbanipal II, (el Sardanápalo griego), siglo IX a. C., famoso no sólo por sus banquetes y su biblioteca de más de 10.000 tablillas, sino que, en dicha plancha, aparece buceando pero respirando a través de un odre lleno de aire que lleva bajo su pecho, lo cual es una muestra de que ya, desde la antigüedad, se utilizaban artilugios que contribuían a que se permaneciera el mayor tiempo posible sumergido. La expedición submarina del rey persa nos revela una acción militar muy utilizada por esta clase de guerreros, de cuya eficacia naval tenemos amplias referencias en la Historia de la guerra de Peloponeso de Tucidides, o la extraordinaria hazaña de  Escilias de Ciona, narrada por Herodoto (Los nueve libros de la Historia. Libro VIII), que decidió abandonar el bando persa de Jerjes y pasarse al griego liderado por Temistocles. Con esta idea se arrojó al mar en el puerto de Afetas y buceó hasta el de Artemisio en la costa de la isla de Eubea. La distancia entre ambos lugares era de 80 estadios (unos 14 kilómetros), que atravesó nadando bajo el agua para no ser descubierto. El historiador griego apostilla: mi criterio acerca de este punto no sea otro sino que llegó en algún barco a Artemisio. Es una opinión respetable, pero también puede valer que utilizara artefactos de inmersión, como los descritos por Aristoteles, como la lebeta (caldero), una especie de campana metálica invertida, o la trompa de elefante, un tubo a través del cual se respiraba el aire que penetraba desde la superficie, en la que el otro extremo flotaba sostenido por un flotador. Asimismo, la leyenda, recogida en el Libro de Alexandre (S. XII), cuenta como Alejandro Magno, durante el sitio de Tiro se hizo bajar al fondo del mar dentro de un barril acristalado; este tipo de escafandra se llamaba calinfa. De Opiano, en su obra Haliéutica, al referirse a la pesca del pez buey, leemos:

Cuando el pez buey ve sumergirse en las profundidades a uno de esos hombres que llevan a cabo su trabajo en el fondo del mar…

   Todos estos episodios demuestran que discutir o dialogar sobre este tema era corriente y objeto de atención en las cuestiones más diversas. Cuenta Diógenes Laercio que Eurípides solicitó de Sócrates su opinión sobre el libro de Heráclito, Syngranma, y el filósofo le contestó: lo que he entendido es excelente, para el resto se necesita un buzo de Delos.

   Plutarco (46-122 d. C.) en sus Vidas paralelas, narra como estando Marco Antonio de pesca con Cleopatra, y no dándosele muy bien los lances, para no quedar mal ante la reina, mandó a unos buceadores, o urinatores, como les llamaban los romanos, que engancharan en los anzuelos de su caña los pescados que ya había cogido. Cleopatra se dio cuenta de la patraña, y sin decir nada, lo invitó a una nueva jornada para el día siguiente, pero Antonio se encontró con la barca llena de gente. Empezado el evento, la reina envió a sus buceadores para que engancharan en el anzuelo del general romano un pez ya pescado días antes y que había sido salpresado. Cuando el romano lo izó a bordo y descubierta la broma, provocó la risa y el jolgorio de los asistentes. Tal vez la reina lo que pretendía era convencer a Antonio de lo difícil que era engañarla.
   El descubrimiento de América desarrolló nuevas técnicas de navegación, de comercio y la necesidad de proteger el tráfico marítimo del acoso de potencias enemigas, de piratas, corsarios (los picarones antillanos), bucaneros, pichelingues y filibusteros, riesgos a los que se unían los naufragios de naves cargadas de oro y plata, especialmente en el canal de las Bahamas y en el Golfo de Cádiz, con más de 200 pecios localizados, o en el fondo de la ría de Vigo, en 1702, donde los buzos de la tripulación lograron rescatar gran parte del tesoro que transportaban, maderas, sedas, cañones, etc.
   Esta nueva situación exige nuevos planteamientos que demandan una participación primordial  del somorgujador, cuya profesionalidad, destreza y eficacia es continuamente ofrecida a Felipe II, aunque con anterioridad Carlos I tuvo ocasión de presenciar en Lisboa, en 1539, la propuesta de Blasco de Garay de presentar un ingenio para que cualquier hombre pueda estar debajo del agua, todo el tiempo que quisiera, tan descansadamente como encima. Incluso, cómo no, el gran Leonardo da Vinci se ocupo de tan trascendental cuestión diseñando dispositivo acuáticos, como aletas natatorias.
   Jerónimo de Ayanz (1533-1613) presenta un nuevo traje de buzo; Diego de Ufano, ingeniero militar, idea nuevos sistemas de resistencia submarina, así como el siciliano Bono (1538-1582) que inventó una campana de bronce, o, entre otros muchos más, Pedro de Ledesma (1544-1616). Francisco Núñez Melián que en 1626 se dedicó con éxito a rescatar tesoros de los galeones hundidos en los cayos de Florida. Con igual o mayor fortuna, el inglés William Phipps con un equipo de expertos buceadores, empieza el rastreo de galeones hundidos, logrando rescatar en 1682 gran parte del tesoro del Nuestra Señora de la Concepción, naufragado en 1541 en el Banco de la Plata, al norte de La República Dominicana.
   La primera mención expresa de los buzos como miembros de la tripulación de las flotas del rey, no aparece hasta la Disposición dictada por Felipe III en Valladolid, el 14 noviembre 1605.

Mandamos que en la Capitana y en cada flota vaya un buzo y otro en la Almiranta, porque son muy necesarios en la navegación para los casos fortuitos y accidentes de mar.

   Veitia Linaje (1623-1688), casado con una sevillana, sobrina del pintor Murillo, fue Contador de Averías de la Casa de la Contratación, Tesorero y Juez de la misma y Secretario del Conejo de las Indias, en su libro Norte de la Contratación de las Indias (Libro II, cap.  2º, 34), escribe:

Y en todas las Capitanas y Almirantas se debe llevar buzo, para si haze alguno de los galeones de su Armada alguna agua, que no pueden tomar por la parte adentro, que procure  por la de afuera reconocieren que parte está, y este nombre, según Covarruvias, viene de “bruzos”, que vale boca á baxo, y así de caer sobre el rostro se llama “caer de bruzos”, que es lo que sucede al buzo, y destos oficiales van dos, uno en la Capitana, y otro en la Almiranta.
  
   Para Tomé Cano`(1545-1618), piloto de la carera de Indias, que por su gran experiencia como navegante e ingeniero de construcción naval lo nombraron Diputado de la Universidad de mareantes de Sevilla. En 1611 publicó el Arte para fabricar naos, en uno de cuyos capítulos escribe:

El buzo es de mucha importancia en una nao, pues mediante su resuello va abajo y recorre por debajo del agua todo el galeón y busca por donde la hace, con que se repara la que suele hacer, y  muchos navíos se salvan, que, si no llevasen buzo, se quedarían en la mar.

   Se le exigía conocer el oficio de marinero y naturalmente saber nadar, asignándosele un sueldo  de 8 escudos, igual que el de los cirujanos y los condestables.
   Miguel de Cervantes que sirvió durante cinco años en las galeras de Felipe II, y pudo ejercer y conocer las faenas marineras, traslada estos conocimientos a sus obras literarias:

Haz señor, que bajen los buzanos a la sentina, que si no es sueño, a mí me parece que  nos vamos anegando. No hubo bien acabado esta razón cuado cuatro o seis marineros se dejaron calar al fondo del navío y le requirieron todo, porque eran famosos buzanos, y no hallaron costura alguna por donde entrase agua al navío". (M. de Cervantes. Los trabajos de Persiles y Sigismunda, I-XVIII).

  En esta singular práctica existen nombres legendarios, o reales para otros, como el célebre siciliano Peje Nicolao que vivía mejor en el fondo del mar que en tierra. Cervantes alude a este extraño personaje cuando explica a don Lorenzo, el hijo de don Diego de Miranda (el caballero del Verde Gabán) que entre las virtudes y méritos de la ciencia de los caballeros andantes es la de saber nadar, como dicen que nadaba el peje Nicolás o Nicolao.
   Naturalmente, las técnicas modernas nada tienen que ver con lo que hasta ahora se ha contado. En la actualidad, y suma y sigue, tenemos escafandras, batiscafos, duración casi ilimitada del tiempo bajo el agua, vestimentas, seguridad, bombonas de oxigeno, cámaras de descompresión, etc… y aún quedan tesoros por rescatar y un mundo casi desconocido por descubrir, fotografiar y filmar.