domingo, 28 de febrero de 2016

LA REPÚBLICA ALMADRABERA





Alberto Casas.

            La explotación de las almadrabas es una de las pesqueras más antiguas que se conocen, y existe constancia de su actividad desde los fenicios a los que se atribuye su introducción en las costas del sur y del levante español. De su importancia económica y social nos da una idea el hecho de que el atún figure como uno de los motivos emblemáticos que aparece, principalmente durante los siglos IV y III a. de C. en las monedas del Algarbe, Gades, Baelo Claudia, Abdera, etc. Estrabón, al hablar de la Turdetania, comenta: Tiene sal fósil y muchas corrientes de ríos salados, gracias a lo cual, abundan los talleres de salazón de pescado que producen salmueras tan buenas como las pónticas.
   Opiano (II d.C.) en su obra Haliéutica deja la siguiente definición sobre las almadrabas:

Se despliega en el seno de las agua una red, cuya disposición se asemeja a la de una ciudad, se ven galerías y puertas y una especie de calles en su interior…

   Se discute si los árabes continuaron cultivando esta industria, dado su rechazo al consumo de la carne de atún al que llamaban cerdo marino, y, sin embargo, casi toda la nomenclatura almadrabera etimológicamente es árabe, empezando por la misma palabra almadraba y otras, como jábega, mojama, arráez, atalayero, chanca, etc.
   En plena Reconquista, Sancho IV en 1294, concede las rentas de las almadrabas a Alonso de Guzmán el Bueno, privilegio refrendado por Fernando IV desde el río Guadiana hasta la costa del reino de Granada. Cuando los Guzmanes recibieron el ducado de Medina Sidonia, entre sus títulos ostentaban el de Señor de las almadrabas de la costa de Andalucía.
   Eran renombradas las factorías salazoneras de Conil y Zahara a las que se trasladaban miles de personas de toda laya y regiones durante la primavera y el otoño, cuando se aprestaban las jábegas, primero las del derecho y después las del revés o retorno, según los atunes, estimulados heliotrópicamente, emigran del Atlántico al Mediterráneo (migración gamética) para desovar, y una vez hecha la puesta, vuelven cruzando el estrecho de Gibraltar para entrar en el Océano (migración postreproductora).
   A las almadrabas, en la temporada de la levantá, acudían tanto al olor de una aventura única e inolvidable, como al fascinante resplandor del caudaloso río de ducados y maravedíes que desembocaba en las doradas arenas de aquellas playas. Genoveses, catalanes, valencianos, marineros, mercaderes, barberos, cirujanos, misioneros, estudiantes, aventureros, pícaros, rufianes, tahúres, proscritos, prostitutas, desertores, nobles, hidalgos desgarrados y caballeros que colgaban de su blasón el preciado testimonio de su participación en la República Almadrabera, democrática y libertaria, que se regía por un código ancestral, no escrito pero rigurosamente acatado y cumplido, y si procedía, sumariamente juzgado y sentenciado con la inhibición de la justicia oficial que hacía la vista gorda y oídos sordos a los excesos y desmanes que se cometían, pues esta actitud de abstención era la receta más eficaz para el reclutamiento de la cantidad de mano de obra que necesitaba el complejo y duro ajetreo jabeguero; de ahí el refrán mata al rey y vete a Conil, simbolizando unos derechos de libertad e impunidad que en cierto modo estaban recogidos en la Carta Real promulgada por Alfonso XI en 1333 otorgando el perdón a quienes sirvieran en las almadrabas un año y un día por lo menos, por razón de cualesquier maleficios en que se ayan acaecidos, así de muertes de omes como de robos e tomas e como de otras cosas cualesquier que ayan fecho…
   El espectáculo del mar de sangre que producía la levantá, en el que era un privilegio zambullirse, cuchillo o cloque en mano para matar a los atunes que furiosamente se debatían en el mortal coso, era el momento cumbre en el que más de uno resultaba gravemente herido. Pero esta febril actividad de trabajo, riesgo, valor y destreza estaba acompañada del gaudeamus, el juego, el cante y el negocio del amor, alegría desenfrenada que los hacía presas fáciles de los piratas berberiscos, de ahí el dicho anochecer en Zahara y amanecer en Túnez. De estos jolgorios destacaban sobre todos los que se celebraban en los campamentos instalados a orillas del río Cachón; acudir a ellos se  vulgarizó con el dicho ir de cachondeo, expresión que aún se usa.
   Otra situación inestable estaba latente en las reyertas entre bandos rivales, especialmente, los llamados de levante y los de poniente. En estas circunstancias la supervivencia y la ganancia eran atributos de los nombrados gentiles hombres de la playa, tratamiento del que sólo estaban investidos los pontífices de la maña y de la traza, artes maestras de la picaresca que en el siglo XVII cantó el poeta sevillano Félix  Persio Beristo, explicando la disciplinada organización de los tunantes del Arenal de Sevilla, una vez bien aprendidas las reglas de la aviesa tarea de sisa y engaño que habían de desempeñar en las almadrabas. La almadraba era la prueba de fuego que acreditaba la sólida madurez de un hombre:

Pasó por todos los grados de pícaros hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterrae de la picaresca…

“¡Oh pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios, pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover y de la plaza de Madrid, vistosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo deste nombre pícaro! Bajad el toldo, amainad el brío, no os llaméis pícaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de los atunes. Allí está la suciedad limpia, la gordura rolliza, el hambre pronta, la hartura abundante, sin disfrazar el vicio, el juego siempre, las pendencias por momento, las muertes por punto, las pullas a cada paso, los bailes como en bodas, las seguidillas como en estampa, los romances con estribo, la poesía sin acciones, aquí se canta, allí se reniega, acullá se riñe, acá se juega y por todo se hurta, allí campea la libertad y luce el trabajo; allí van, o envían, muchos padres principales a buscar a sus hijos, y los hallan; y tanto sienten sacarlos de aquella vida como si los llevaran a dar la muerte”
(Cervantes. La ilustre fregona).


   Los duques de Medina Sidonia, dioses de los atunes, en 1641 fueron desposeídos de sus privilegios señoriales, entre ellos sobre las almadrabas, por su participación en la conocida como Conjura de Andalucía, y finalmente, en 1817, queda abolida la concesión real, traspasándola a los gremios de la gente de mar y matriculados.

lunes, 8 de febrero de 2016

EL JAVANÉS

Alberto Casas


Método sencillo y rápido para su aprendizaje,
 y reglas prácticas para su correcta y eficaz aplicación.

            Ahora que tanto se habla, se oye y se ve, y prácticamente ni se diserta y escribe de otra cosa en la que no esté el sexo por medio, ya sea en novelas, en el cine, o en todas partes, somos muchos los que ante esta avalancha de conocimientos nos preguntamos cómo, los que al parecer carecían de ellos, traían los niños al mundo, verbi gratia, nuestros bisabuelos/as, nuestros tatarabuelos/as y los abuelos/as de nuestros tatarabuelos/as. Pero, rebuscando por aquí, por allá y acullá, hemos encontrado la solución de tan profundo misterio, al enterarnos de que muchos años ha, y muchos siglos ha, unos pobres, casi desnudos, inocentes e ignorantes indígenas de las islas del Pacifico, sin necesidad de tanta facundia y sin televisión, nos daban tres vueltas, y algunas más, en esta caliente asignatura que más de uno creíamos que se había descubierto apenas hace unos pocos años; y resulta que no, que esa buena gente, inocentona ella, en la tan cacareada cultura sexual, habían hecho todos un Master virtual, una Tésis virtual  y el Doctorado, virtual también, y estamos hablando de hace, por lo menos, 500 años.
   Si como muestra basta un botón, pongamos atención a lo que nos cuenta el caballero Pigafetta, cronista de la expedición de Magallanes, que culminó Elcano dando la primera vuelta al mundo:

Igualmente nos informaron de que los mozos de Java, cuando se enamoran de alguna bella joven, átanse con hilo ciertas campanillas entre miembro y prepucio; acuden bajo las ventanas de su enamorada, y haciendo acción de orinar y agitando el miembro, tintinean las tales campanillas hasta que las requeridas las oyen. Inmediatamente acuden al reclamo, y hacen su voluntad; siempre con las campanillas, porque a sus mujeres les causan gran placer escucharlas cómo les resuenan dentro de sí. Las campanillas van siempre cubiertas del todo, y cuanto más se las cubre, más suenan.

Lo que más nos sorprende es que en aquellos tiempos y en aquellas islas no existían corazones, ni sálvames, ni rifas, ni ensaladas, ni concursos, ni famosos, ni viagra, sólo campanillas: Así que, mire usted por dónde, tanto hablar de la libido, del punto G, del poliorgasmo, del misionero, del francés, del griego, y de no sé cuantos idiomas más, ahora resulta, colega, que no teníamos ni idea del bueno, del mejor, del super, del guay: del Javanés.
En realidad, si nos paramos a pensarlo, lo único que hasta ahora se ha conseguido, de hace nada a esta parte, es que las cigüeñas estén en el paro y se vean forzadas a ponerse en cola de las oficinas del INEM. Por eso no se van: para no perder el sitio.








lunes, 9 de noviembre de 2015

PERIPLO DE HANNÓN



Alberto Casas            

   Con la decadencia de Tiro, la preponderancia comercial fenicia se traslada a Cartago (Kart Hadasht), fundada en 814 a. J.C., que se convirtió en una gran potencia militar, alcanzando en el periodo comprendido entre los siglos VI y III a. J.C. su máxima hegemonía mercantil y política, sobre todo a raíz de la batalle naval de Alalia (Córcega), alrededor del 540 a. J.C., en la que derrotaron a los focenses expulsándolos de sus colonias (emporios) del Mediterráneo occidental (Tartessos) y del norte de Africa. Esta victoria, además de asegurarles su hegemonía sobre los pueblos de su hinterland, permitió su presencia y asentamiento dominante en el reino de tartésico del rey Argantonio que hasta entonces había sido un aliado fiel de los griegos.
   Esta presencia, no sólo está documentada históricamente, sino testimoniada, real y materialmente en los restos excavados y, especialmente, en los reshefs y la pétrea ancla fenicia encontrados en la ría de Huelva, alrededor de la zona del reviro, que se pueden y deben contemplar en el Museo de Huelva. Otra ancla fenicia se halla expuesta en la Casa Museo de Martín Alonso Pinzón, en Palos de la Frontera; estas excepcionales joyas arqueológicas demuestran la existencia de un templo, seguramente en la isla de Saltés, dedicado a Ba’al: Y ellos prestamente embarcaron ansiosos; izaron sobre las naves las piedras de anclar y halaron las drizas (Las Argonáuticas.- Apolonio de Rodas).
   Se debe tener muy en cuenta que los cartagineses son púnicos, es decir, fenicios, semántica que da lugar a errores en cuanto se trata de distinguir a unos de otros, principalmente, cuando a partir del siglo VI a. J.C., al referirnos a los cartagineses, o a los púnicos, o a los fenicios, estamos hablando del mismo pueblo.
   Estos siglos se distinguen, también, por ser la época de las grandes expediciones marítimas tratando de abrir las esclusas de nuevas rutas que facilitasen el descubrimiento de nuevas tierras y, en consecuencia, la posibilidad de establecer colonias y factorías  (la historia se repite en los siglos XV y XVI de nuestra era, aunque unos veinte siglos a. J.C. existe el precedente de un fenómeno semejante con la invasión de los pelasgos o pueblos del mar). Expediciones como la de Necao, que abriendo por uno de los brazos del Nilo un canal que comunicaba el Mediterráneo con el Mar Rojo, contrató naves fenicias para que bojearan el litoral africano de este a oeste, travesía en la que tardaron unos tres años, completando la circunvalación del continente.
   Otro gran navegante fue el cartaginés-púnico-fenicio Himilcón, contemporáneo y tal vez pariente de rey Hannón, pero su viaje lo dirigió a la exploración de las costas occidentales africanas; Avieno lo cita en la Ora Marítima. Los masaliotas Piteas y Eutimeno navegaron, el primero hacia el norte de Europa, y el segundo, costeando Africa llegó hasta el Senegal. Eudoxos de Cizico, al hallar en el Mar Rojo la proa de una nave tartésica (hippoi), quedó convencido de que era posible la circunnavegación de Africa. Con esta idea, se dirigió a Tartessos contratando penthekonteros (naves que armaban 50 remos, 25 por banda) y tripulaciones (remeros, marineros, Pilotos), además de coristas, bailarinas, sacerdotes, médicos, colonos y otros artífices, con las que arrumbó a la costa africana, o de Libia como se decía entonces, con la pretensión de llegar a la India. Al parecer no pasó de las costas de la actual Mauritania. Estrabón, en el Libro III de su Geografía nos habla de este singular navegante basándose en las noticias que sobre el mismo da Posidonio, el cual, misteriosamente, apostilla: hasta aquí conozco yo la historia de Eudoxo. Lo que luego ocurrió es probable que lo sepan los de Cádiz y los de Iberia.
   Los penthekonteros eran los leños más grandes que surcaban el Mediterráneo y tenían fama los tartessicos, sobre todo para viajes largos por sus condiciones de navegabilidad, capacidad de carga y velocidad que alcanzaban. El sabio Salomón, que tuvo setecientas mujeres y trescientas concubinas (quizás fueran dos o tres más), contrató penthekonteros para traer de Tharsis el bronce y el cobre necesarios para la construcción de su templo y las dos columnas Joachin y Booz: Porque la flota del rey iba por mar con la flota de Hiram una vez cada tres años a Tharsis, a traer oro y plata, y colmillos de elefantes, y monos, y pavos reales» ( Libro III de los Reyes. Cap. V)
   También Jonás se embarcó en una nave de Tharsis, con tan mala suerte que para calmar una terrible tormenta, a la marinería no se le ocurrió otra cosa que arrojar el profeta al mar. Menos mal que pasaba por allí un grande pez que se lo tragó, vomitándolo a los tres días en tierra, sano y salvo. Lo realmente curioso es que la tempestad se calmó y los marineros de Tharsis siguieron su ruta tranquilos y contentos sin el gafe a bordo.

         De todas las navegaciones citadas, la más famosa, controvertida y discutida, es la conocida como Periplo de Hannón, así llamada por haber sido organizada y mandada por  Hannón de Cartago, quizás almirante o quizás general, pero el documento griego, la única fuente que existe de la expedición, habla de Hannón, rey de Cartago, a las regiones de la tierra de Libia, más allá de las Columnas de Hércules, que fue consagrado al templo de Crono.
   Dicho documento, tardío, incompleto y confuso, que se conserva en la Universidad de Heidelberg, ha sido objeto de minuciosos estudios desde tiempos muy antiguos, mereciendo la atención de historiadores como Amiano, Plinio el Viejo, o Pomponio Mela, entre otros, y, modernamente, de especialistas de la talla de Christian Jacob, J. Dessanges, G. Germain, Karl Muller, Carcopino, Maury, Picard, etc., cuyas contradictorias interpretaciones y conclusiones se justifican con datos que parecen irrefutables por su minucioso análisis, objetiva y científicamente planteados.
   A pesar de que el documento original, que el propio Hannón redactó y depositó en el altar de Ba’al Amón se ha perdido, se da por descontado que la travesía, realizada a principios del siglo V a. J.C., constituye un acontecimiento histórico que  corresponde, por un lado, al periodo dominante de Cartago como potencia militar, comercial y marítima, y por otro, a la necesidad de expansión territorial y la consiguiente búsqueda de nuevos mercados y fuentes de abastecimiento.
   No faltan los que tratan de demostrar la falsedad del mismo basándose en que nos hallamos ante un relato escrito unos tres siglos más tarde, no extrañando que no se trate más que de un texto literario plenamente helénico, tanto en su estructura y en los prototipos culturales de su desarrollo, como en el ritmo narrativo establecido por Homero en la Odisea, Apolonio de Rodas en las Argonáuticas, y, sobre todo, por Heródoto en Los nueve libros de la Historia. De esta aparente o real concordancia, surge la dificultad de distinguir la verdad de la ficción.
   Con la nueva y más exacta visión del mundo que aportan los grandes descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI, se introducen elementos esenciales que pueden ayudar con mayor rigor a establecer las singladuras del derrotero del Periplo. Factores como el conocimiento de las distancias a recorrer, la determinación de los rumbos a marcar y el curso de la actividad meteorológica, especialmente, el ciclo regular de vientos y corrientes que condicionan la navegación por las distintas zonas atlánticas que bañan las costas occidentales de África, permiten seguir, con cierta credibilidad, la maniobrabilidad de las naves de aquella época y con un tipo determinado de aparejo y velamen, en los que preferentemente se usaban el cáñamo y el lino, a lo que se ha de añadir una gran pericia náutica; además, en esos tiempos, era fundamental la resistencia y fortaleza física de los hombres encargados de la boga: se navegaba a vela y remo, y las singladuras de bolina era una ciencia náutica aún no lograda, aunque se ha de tener en cuenta que las naves fenicias, griegas y romanas arbolaban mástiles abatibles que se ajustaban con cuñas, una vez posicionados en la orientación deseada.
Otra de las grandes dificultades que ofrece el estudio de la expedición es la identificación y localización de los lugares geográficos que se mencionan: Trimaterio, río Lixo, cabo Solunte, isla de Cerne, Cuerno del Mediodía, Cuerno del Sur, la tierra de los Ethiopes, y varios más. La navegación al sur, una vez traspasadas las Columnas de Hercúles, era fácil y rápida impulsada por los alisios y la corriente que hoy conocemos como de Canarias, islas que con toda seguridad una parte de la flota visitó. ¿Serán los guanches descendientes de los colonos que Hannón dejó allí? De esta bordada al poniente ha nacido la hipótesis de que las embarcaciones se dejaron llevar empopadas por los alisios hasta recalar en las costas americanas (John Smth) desembarcando, es una hipótesis más, en el Brasil.
    Remitiéndonos al texto griego, el almirante cartaginés zarpó con 60 penthekonteros que armó en Gadeira (Cádiz), y en ellos embarcó 30.000 personas entre tripulantes, soldados, sacerdotes y colonos. El sin duda exagerado número de personas que se mencionan, 500 en cada embarcación, constituye uno de los argumentos que se esgrimen para proclamar la  impostura del «Periplo»; ciertamente, esta cifra nunca ha sido admitida, pudiendo tratarse de un error en la traducción del documento, o una forma premeditada de impresionar sobre el potencial marítimo de Cartago. Por el contrario, incluso se han hecho cálculos que, curiosamente, establecen que solo fueron 5.184 personas en la expedición, cantidad que estimamos exigua, pues, solamente de remeros, debía llevar entre 2.500 y 3.000. Más sorprendente resulta que algunos hayan fijado el 21 de marzo (punto vernal de Aries) como la fecha de partida.
   Se ha de tener presente que este tipo de expediciones marítimas eran cuidadosamente preparadas y organizadas, con la participación de pilotos prácticos en el cabotaje africano. Nada se dejaba al azar, pues andaba en juego el prestigio naval de Cartago y el del propio Hannón, perteneciente a la influyente familia de los magónidas, cuyos miembros figuran repetidamente como reyes, almirantes, generales y sufetes, la más alta dignidad de la magistratura cartaginesa. 
   Pero lo que realmente asombra es el equipamiento de medios técnicos y mecánicos de ayuda a la navegación de que iban provistos, y estamos hablando de unos 2.500 años a. C.: “Catálogos de estrellas; planetario (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno), con la Tierra inmóvil en el centro del universo; tablas de las fases de la luna y de los eclipses de sol; relojes de sol y clepsidras; manuales sobre la predicción del tiempo; artilugios fijando la posición de las estrellas e instrumentos de orientación, como una especie de brújulas, en las que únicamente estaban grabados cuatro vientos: Bóreas (norte); Céfiro (oeste), Noto (sur) y Apeliota (este).”
   Existía una gran disparidad de criterios astronómicos que, como hemos visto, entre los navegantes se manifestaban representando a la tierra en forma esférica rodeada de hemiciclos donde tenían su sitio los distintos cielos; los sabios griegos se burlaban de lo que consideraban una muestra palpable de la ignorancia de los náutas en esta materia. Heródoto (Libro IV, dedicado a Melpómene), dice: No puedo menos de reír en este punto viendo cuántos describen hoy día sus globos terrestres sin hacer reflexión alguna en lo que nos exponen;  pintamos la Tierra redonda, ni más ni menos que una bola sacada del torno.
   Sin duda, la navegación hacia el sur costeando el actual Marruecos, debió transcurrir sin acontecimientos extraordinarios, más que las obligadas recaladas para reponer vituallas, y la mencionada descubierta de una parte de la flota hasta las islas Canarias, de donde surge la teoría de que algunas naves se dejaron llevar por los alisios del nordeste hasta América, como ya se ha dicho.
   Tampoco existen motivos de peso, sino todo lo contrario, para no creer que la escuadra recalara en cabo Juby, temido y tristemente famoso cementerio de barcos, de fondos constantemente cambiantes o en cabo Blanco, el temido Bojador de los navegantes portugueses, que tras unas quince tentativas fallidas lo consiguió doblar Gil Eanes (1434) con barcas latinas, naves con dificultades para ceñir (contra el viento). Durante siglos, estos accidentes geográficos marcaban el límite de la navegación a vela y remo. Al respecto, se ha de aclarar que el célebre cabo Bojador no es el que actualmente figura en las cartas marinas y en los derroteros que manejamos, pues entonces era conocido como cabo Buyerer.
   A las causas de naturaleza náutica y meteorológica que aconsejan en esas inhóspitas latitudes virar en redondo, acompañan otras situaciones acuciadas por el instinto de supervivencia que en todo hombre y mujer es innato, y, en este caso, razonablemente fundado en la desertización sahariana que se extiende desde el sur de Marruecos hasta las playas de Río de Oro y Mauritania, con posibilidades casi nulas de repostar y hacer aguada. El tan manoseado documento griego finaliza, precisamente expresando que En verdad, habiéndonos faltado los viveres, no navegamos más hacia delante. Nada dice de cómo y cuántos regresaron; ¿por tierra y a lomos de camellos de alguna caravana de mercaderes?; teoría no desdeñable suponiendo que el retorno se hubiera producido de esta forma y desde esta zona.
   Sin embargo, aparece la teoría de que la travesía continúa, dado que la verdadera y secreta misión de Hannón consistía en llegar hasta los yacimientos auríferos del Golfo de Guinea, en el que, finalmente, se engolfaron: llegamos a un gran golfo que nuestros interpretes dijeron que se llamaba el Cuerno de Occidente. (sic); en otra parte del relato leemos: la tierra era inaccesible a causa del calor. Estas tierras, cuentan, estaban pobladas de grandes bosques de maderas odoríferas y además de  hipopótamos y cocodrilos; con estos datos, muchos historiadores no dudan de que se están describiendo las regiones ecuatoriales. Otros especialistas llegan a la conclusión de que, desde allí, era más prudente seguir avante hacia el sur, pues la vuelta al norte suponía una lucha titánica de bordadas contra vientos y corrientes contrarios. Mucho nos tememos que los partidarios de la circunnavegación africana, poniente-levante, basen sus conjeturas en las navegaciones portuguesas a la India que, a partir del Ecuador, descubrieron la derrota de los alisios del noroeste en el hemisferio sur.  De todas formas no sabemos las transformaciones que la costa occidental africana ha sufrido, geográficamente, climatológicamente, en su fauna y flora, etc., que indudablemente las hubo y nos pueden inducir a errar, si juzgamos el evento de acuerdo con la situación geográfica actual.
   Difícil va a ser conocer la verdad mientras no aparezca la plancha de bronce que Hannón depositó en el templo de Ba’al.




































































domingo, 13 de septiembre de 2015

LA CARTA DE COLÓN



Alberto Casas Rodriguez




           
  El célebre mensaje de Cristóbal Colón anunciando el descubrimiento de las Indias, nombre con el que por primera vez se nombran las tierras acabadas de descubrir,  mensaje conocido como la Carta de Colón, en la que el descubridor da cuenta del éxito de la empresa oceánica que comenzó un 3 de agosto de 1492 en el puerto de Palos de la Frontera. La Carta está fechada el 4 de Marzo (1493), día de su arribada a Lisboa y comienza así:

Señor, porque se que aureis plazer de la grand vitoria que nuestro señor me ha dado en mi viaje vos escriuo esta por la ql sabréis como en uente dias pase a las Indias………………………………………………………………………………………..

   Colón zarpó de Lisboa el 13 de Marzo y el 15 por la mañana fondeó en Palos completando el ciclo trasatlántico. Curiosamente, las tres fechas fundamentales del Descubrimiento coinciden en viernes: la de la partida, el 3 de Agosto, la del Descubrimiento el 12 de octubre, y la del regreso a España el 15 de marzo; ¿casualidad o Colón evitaba los sábados, el sabbath bíblico?

   Una vez desembarcado, envió la Carta a los reyes, de cuya constancia da fe, el 22 de marzo, el Libro de las Actas Capitulares de la ciudad de Córdoba: estos sennores vieron una carta que enbio Colon de las yslas que falló…. La más conocida es la dirigida a Luís de Santángel, Escribano de Ración del Reino de Aragón, quien autorizó su divulgación e impresión que se encargó al presbítero catalán Pedro Posa que la publicó en Barcelona en 1493. La lectura de las maravillas que encerraban las tierras descubiertas produjo una enorme impresión:

… fertilísimas en demasiado gradollenas de árboles de mil maneras y altas, que parecen que llegan al cielo y tengo por dicho que jamás pierden la hoja, según lo pude comprender, que los vi tan verdes y tan hermosos como son por mayo en España… y cantaba el ruiseñor y otros pajaritos… hay campiñas grandísimas, y hay miel, y de muchas maneras de aves y frutas muy diversas… los puertos de la mar, aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes y buenas aguas; los más de los cuales traen oro... En la isla Juana hay muchas especierías, y grandes minas de oro y de otros metales… La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ello hacen… adonde yo llegaba andaban corriendo de casa en casa, y a las villas cercanas con voces altas: venid, venid a ver la gente del cielo… pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro cuanto hubieren menester… especiería, algodón, almaciga, linóleo, ruibarbo y canela y otras mil cosas de sustancia…………………………………………………………… ………………………

Ellos de cosa que tengan, jamás dicen que no; antes convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio, luego por cualquier cosica, de cualquier manera que sea que se les dé, por ellos se van contentos. Yo defendí que no se les diesen cosas tan viles como pedazos de escudillas rotas y pedazos de vidrio roto, y cabos de agujetas, aunque cuando ellos esto podían llegar, les parecía haber la mejor joya del mundo…………………………………………………………..

   Colón termina la narración con una proclama apoteósica, arrogante y profética:
Así que pues nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros Ilustrísimos rey y reina y a sus reinos famosos de tan alta cosa, adonde toda la cristiandad debe tomar alegría  y hacer grandes fiestas, y gracias solemnes a la Santa Trinidad, con muchas oraciones solemnes por tanto ensalzamiento que habrán, en tornándose tantos pueblos a nuestra Santa Fe, y después por los bienes temporales que no solamente a la España, más a  los cristianos tendrán aquí refrigerio y ganancia. Esto según el hecho asi en breve. Fecha en la carauela, sobre las Islas Canarias, a XV de febrero de MCCCCLXXXXiii.
Fará lo que mandaryes.

El Almirante.
  
El Ánima contenida dentro de la Carta esta fechada el 14 de marzo.

Esta Carta enbio Colom al Escribano de Ración de las Islas halladas en las Indias. Contenida a otra de Sus Altezas.

   En la carta que escribió a Rafael Sánchez, Tesorero de los mismos Serenisimos Monarcas, similar a la de Santángel, impresa en Roma el 25 de Abril de 1493, y traducida del castellano al latín por Leander de Cosco, el Almirante se explaya: Celébrense procesiones, háganse fiestas solemnes, llénense los templos de ramos y flores; gócese Cristo en la tierra cual se regocija en los cielos…La forma de expresar Colón sus sensaciones y emociones, ocultando los aspectos negativos, como el naufragio de la Santa María, la convierten en una Carta abierta por su carácter populista, triunfalista y profética, que propició su rápida difusión por toda Europa, incluso versificada, impresa en Junio de 1493 y conocida como el Poema de Dati (el único ejemplar se conserva en la Biblioteca Colombina de Sevilla).
   En 1889 el anticuario francés J. Maisonneuve comunicó al mundo entero que la había adquirido en España (en 1818 estaba en el Archivo de Simancas), tesoro histórico y bibliográfico, absolutamente sin rival en el mundo entero.., y estaba dispuesto a venderla por 65.000 francos, unos 4 millones de euros en la actualidad. La Carta fue comprada por el anticuario inglés Bernard Quaritch quien la revendió a los Estados Unidos donde está depositada en los fondos de la Colección Lennox en la New York Public Library. En 1862 se encontró la segunda edición castellana de la Carta, llamada la Ambrosiana, al haber sido descubierta en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, procedente del legado donado por el barón Pietro Custodi. Esta edición fue impresa en Valladolid en 1497, en los talleres de Pedro Giraldo y Miguel de Planes.
   Lamentablemente se silencia que el primero que informó a los reyes del Descubrimiento de las nuevas tierras fue Martín Alonso Pinzón, mediante una carta que mandó desde Bayona el 1 de Marzo de 1493, acompañada de la carta-relación enviada por el regidor de la villa, Payo Veloso, notificando a Sus Altezas que se encontraban en Barcelona, la arribada de la carabela Pinta al puerto gallego.



























































































sábado, 8 de agosto de 2015

MEDITERRÁNEO

Alberto Casas.          

Desde tiempos inmemoriales las relaciones de España con los reinos del norte de África estaban condicionadas a una situación casi perenne de casus belli, especialmente después de la expulsión de los moriscos por Felipe III en XXX, y por otra parte a causa de la lacerante actividad pirática de los berberiscos (los hermanos Barbarroja, Uluch Alí, Dragut, Arnaut Mamí y mil más). Al subir al trono Carlos III, sucediendo a su hermano Fernando VI,  uno de sus objetivos políticos los encaminó a resolver estos conflictos empezando por Marruecos, encargando a fray Bartolomé Girón y al prestigioso marino Jorge Juan que establecieran contactos diplomáticos con el rey Sidi Mohamad ben Abdalá; las conversaciones y los muchos y costosos regalos con que le obsequiaron, convencieron al sultán a firmar, en 1767, un Tratado normalizando las relaciones tanto políticas como comerciales. Pero, sorprendentemente, el 19 de septiembre de 1774 el rey de Marruecos, a través del gobernador de Ceuta, envió una carta al rey de España comunicándole su inquebrantable intención de recuperar las plazas norteafricanas en poder de los españoles, conocidas como presidios, desde Orán (había sido conquistada en 1732) a Ceuta, imponiendo un plazo de cuatro meses para su entrega de manera pacifica, alegando que el Tratado se establecía que la paz por la mar, no en cuanto a las ciudades que estaban en su territorio; con esta intimidatorio misiva, el sultán repetía la misma estrategia que había utilizado con los portugueses que le entregaron sin resistencia alguna la ciudadela de Mazagán. Carlos III, por el contrario, no se intimidó por la bravata sino que, por el contrario, le acusó de romper la armonía entre ambos países declarando el estado de guerra a partir de ese momento; la respuesta de Marruecos fue mandar un potente ejército al asedio de Melilla, del Peñón de la Gomera y Alhucemas.
   La guarnición melillense apenas contaba con unos setecientos hombres mandados por el mariscal de campo don Juan Sherlock, que opuso una tenaz y heroica defensa hasta la llegada de una escuadra mandada por don Francisco Hidalgo de Cisneros que logró levantar el sitio de la ciudad, casi totalmente destruida y con numerosas muertes causadas por la artillería marroquí que atribuyeron su derrota al Bey de Árgel por no haber atacado a Orán tal como, al parecer, habían acordado, falta de apoyo que les movió a la firma de un nuevo Tratado de Paz que los argelinos, no sólo no suscribieron, sino que intensificaron  sus actos de piratearía contra las costas y las naves españolas, actividad que se determinó combatir enviando, en 1775, una poderosa flota con unos 20.000 hombres entre infantería, caballería y artillería al mando del conde O’Reilly, el cual ordenó el desembarco en una zona que desconocía, siendo presa fácil de los defensores argelinos que diezmaron la tropa obligándola a retirarse y reembarcarse de forma desordenada y confusa dejando en la playa más de 5.000 muertos y una cuantiosa pérdida de material bélico. La derrota fue humillante recayendo las culpas en la incompetencia de O’Reilly, objeto además de burlas y escarnio en coplillas, como la que decía:

A las ocho a Argel llegó,
a las nueve vio moros malos,
a las diez llevó de palos
y a las once, al fin, huyó.

   El fracaso provocó un cambio de política, entendiéndose que la paz pasaba, primero y necesariamente,  por lograrla con el Imperio Turco, lo que se consiguió el 14 de septiembre de 1782, firmándose en Constantinopla, y en la que el sultán Abdul Hamid instaba a Argelia, Túnez Y Tripoli a que también ratificaran el convenio, petición que fue rechazada por Argelia para no perder los beneficios que obtenía de la piratería. Ante esta actitud beligerante se armó una escuadra conducida por el almirante Barceló, que en Agosto de 1783 bombardeó el puerto berberisco causando grandes daños en la población y en sus fortificaciones costeras, no siendo suficiente el castigo para que se entablaran negociaciones; Barceló volvió en 1784 con una armada más poderosa a la que se habían incorporado navíos de Nápoles, Portugal y de la Orden de Malta, repitiendo el duro escarmiento del año anterior, que si bien no disuadió de su intransigencia a los argelinos, por el contrario los de Trípoli se apresuraron a firmar la paz y Túnez comenzó a mostrar deseos de negociarla; informado el Bey de Argelia de que se estaba armando una escuadra muchos más numerosa que las anteriores, se apresuró a solicitar una tregua y el inicio de conversaciones que culminaron con la firma del tan deseado Tratado de Paz que, final y afortunadamente, se firmó en Junio de 1786, en el que principalmente se acordaba la renuncia total y el abandono de las actividades piráticas y corsarias, después de siglos de luchas y contiendas que perjudicaban gravemente la seguridad de nuestras costas y de sus pobladores, del comercio y de la navegación, quedando el Mediterráneo libre de enemigos, de tribulaciones y de inquietud constante, aunque corría el rumor de que la paz solo fue posible mediante la entrega de 14 millones de reales que el Bey de Argel había pedido a Floridablanca.
   Una de las consecuencias de esta anhelada situación de paz  consistió, por Real Decreto del 28 de mayo de 1785, en la creación de la nueva enseña nacional basada en los tradicionales colores rojo y amarillo que lucían los uniformes de los soldados de los Tercios españoles, razón por la que eran conocidos como papagayos y que, a partir de ese instante, también debería ondear en los mástiles de los navíos de la marina española:

Para evitar los inconvenientes y perjuicios que ha hecho ver la experiencia, la bandera nacional de que usa mi armada naval y demás embarcaciones españolas, equivocándose a largas distancias o con vientos calmosos con las de otras naciones, he resuelto, que en adelante usen mis buques de guerra de bandera dividida a lo largo en tres listas, de las que la alta y la baxa sean encarnadas, y del ancho cada una de la quarta parte del total, y la de en medio amarilla, colocándose  en ésta el escudo de mis reales armas, reducidos en los dos quarteles de Castilla y León con la corona real encima.


   El proyecto aprobado de la nueva bandera recayó en el presentado por el entonces Ministro de Marina don Antonio Valdés, acabando con la confusión de los estandartes de las marinas borbónicas que todas enarbolaba banderas blancas.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

martes, 30 de junio de 2015

EL DOCTOR TORRALBA





Alberto Casas.
        
    El extraño vuelo que el conquense Eugenio Torralba (Doctor para unos, Licenciado para otros) realizó a Roma el 27 de mayo de 1527, a volandas de su ángel bueno Zaquiel, para que fuera testigo del saco de la ciudad por las tropas imperiales y de la muerte en el asedio del condestable de Borbón, le convirtió casi en un mito entre el pueblo que le admiraba, aunque también le infundía un gran respeto su fama de nigromante. El viaje a la Ciudad Eterna duró hora y media, el mismo en las calles de la fede perduta, eran contados por el médico con todo lujo de detalles en Valladolid, y coincidentes totalmente con las noticias oficiales que llegaron casi una semana después. Tan sonado fue el caso, ya milagroso, ya por intervención demoníaca, que de él se hicieron eco los más importantes escritores de la época, como Luis Zapata (Carlo famoso), y, cómo no, el mismísimo Cervantes que en el Quijote (II-41) compara el episodio del volador caballo mecánico Clavileño con el vivido por el popular Torralba, cuya insólita aventura aérea aún permanecía viva en el recuerdo setenta y tantos años más tarde. Leemos en la novela del Ingenioso Hidalgo:

En esto unas estopas ligeras de encenderse y apagarse desde lejos,  pendientes de una caña, les calentaban los rostros. Sancho, que se olía la patraña, dijo a su señor:

Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porque una gran parte de mi barba se me ha chamuscado, y estoy, señor, por descubrirme y ver en qué parte estamos.
No hagas tal, respondió don Quijote, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas, llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió y se vio tan cerca a su parecer del cuerno de la luna, que la pudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse.
   En las doce horas está incluido el tiempo que desde el aire contempló todo lo que en la capital pontificia sucedía.
   La notoriedad y difusión del extraordinario suceso se debió, en gran parte, a la denuncia de un amigo de Torralba a la Inquisición de Cuenca que, inmediatamente, decidió investigar el caso, empezando por la inmediata detención del médico y el consiguiente proceso en los eclesiásticos tribunales.
   A pesar de que, como era habitual, se utilizó la tortura para arrancarle la verdad, no encontraron indicios algunos de herejía o desviación de la fe católica, ni de obra, ni de palabra, ni siquiera que tuviera pactos con el Maligno; por lo tanto, los celosos guardianes de los dogmas de la Iglesia no tuvieron más remedio que sobreseer la causa. Además, en el ánimo de los inquisidores pesó la evidencia de otros viajes realizados en condiciones más o menos parecidas e incluso más portentosos por obispos, santos y reyes (el mismísimo Carlomagno), y de cuya fiabilidad no se podía dudar. Finalmente, los sesudos jueces del Santo Oficio salvaron su prestigio absolviéndole y permitiéndole la reconciliación y abandono del hábito penitencial, pero, advirtiéndole de que los paseos por el aire, a partir de entonces, se habían terminado para siempre jamás; por último, le ordenaron la expulsión del pícaro Zaquiel, en cuanto que ni su nombre ni sus atributos figuraban en la nómina de ángeles buenos admitidos por la Santa Madre Iglesia que sólo reconocía, como auténticos, a Miguel, a Gabriel y a Rafael que, por otro lado, eran arcángeles, que es más que ángeles.
El juicio de todas formas, no perjudicó la fama de Torralba como médico, pues en sus últimos tiempos aparece prestando sus servicios como galeno del Almirante de Castilla, don Fadrique Enriquez.
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La verdad es que la Suprema apenas si se molestaba en perseguir a brujos, magos y hechiceros más que en casos muy excepcionales y escandalosos, como el aquelarre de Zugarramurdi. Generalmente, se los quitaban de en medio con una severa amonestación y unos cuantos latigazos, o, alguna vez que otra, con el destierro y la prohibición de continuar con semejantes supercherías. En el Coloquio de los perros, Cervantes se ocupa de las célebres Camachas que, por encargo, convertían a hombres y mujeres en animales, sobre todo caballos, que eran los que mejor les salían. Las Camachas eran de Montilla, de donde, según la tradición, era el vino que el Señor consagró en la Última Cena.
Quizás esta inhibición inquisitorial se debiera a que la mayoría de ellos, la nobleza y los reyes, eran y han sido aficionados a la astrología y a la alquimia, manteniendo a una cohorte de augures, herbolarios y expertos en pócimas, conjuros, sortilegios y velas negras (Nostradamus, Sor María de Agreda, Cagliostro, Saint Germain, Rasputín, etc.)... .


domingo, 24 de mayo de 2015

LA CONJURA SEVILLANA DE 1480

Alberto Casas.





No fueron fáciles, sino todo lo contrario, los comienzos del reinado de Isabel y Fernando a los que en 1494 el papa Alejandro VI concedió el título de Católicos. Problemas políticos, sociales, económicos y de toda índole les acuciaban pero también les vigorizaba, atemperaba y adoctrinaba.
   Una de las cuestiones que demandaba una solución urgente era terminar con la sangrienta pugna que mantenían los poderosos señores de Andalucía, don Enrique de Guzmán, duque de Medina Sidonia, y don Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, enfrentamiento que se habían convertido en una auténtica guerra civil que estaba causando grandes estragos en la región, situación que requirió la intervención personal de los reyes que se trasladaron a Sevilla en 1477 donde permanecieron un año, en cuyo transcurso la reina dio a luz al príncipe don Juan, el primero y único varón que falleció, de amor canta el romancero, el 4 de octubre de 1497.
   Conflictos de intereses agravados por el inmenso poder que ejercían los conversos, no sólo en Sevilla, sino en todos los territorios que estaban bajo la jurisdicción de los Medina Sidonia principalmente. Los soberanos, instigados por las turbulentas predicaciones del dominico fray Alonso de Hojeda, en las que prevenía vehementemente contra los que, además de practicar la herética pravedad, ejercían el omnímodo control de oficios, cargos públicos y aun religiosos de la ciudad: mayordomos, corregidores, ediles, jurados, arrendadores de las cuentas reales, letrados, etc. Se trataba de una comunidad que por otra parte se oponía a la férrea autoridad que los Reyes Católicos deseaban y lograron imponer a nobles y vasallos de todo el reino, lo cual y a corto plazo supondría  la pérdida de los privilegios  que gozaban.
   Pero el sólido bloque converso se tambalea amenazando su derrumbe total cuando los reyes deciden establecer en Sevilla la Inquisición, cuya creación había sido aprobada el 1 de noviembre de 1478 por el Papa Sixto IV en la Bula Exigit sincerae devotionis affectus. Los primeros inquisidores, los dominicos Miguel de Morillo y Juan de San Martín, se instalaron en el convento de San Pablo del que precisamente era prior fray Alonso de Hojeda, e inmediatamente mostraron su intolerancia pretextando defender la pureza de la fe y atacar el criptojudaismo, aplicando con todo rigor, severidad y abuso de poder cometiendo toda clase de excesos llenando las cárceles de inocentes cuyo pecado consistía en ser conversos, o simplemente sospechosos de serlo.

   Ante el cerco brutal a que se ven sometidos, los miembros más influyentes de la sociedad de marranos se reúnen secretamente en la casa del banquero Diego Susón, en la collación de San Salvador, donde traman un arriesgado plan de resistencia armada pasando por el asesinato de los inquisidores Miguel y Juan.
   Y es en este punto donde, al lado de la trágica realidad, brilla un patético halo de infortunadas leyendas románticas. Uno de los conjurados, Diego Susón, tenía una hija, Susana ben Susón la Susona, aclamada como la mas fermosa fembra de Sevilla, que andaba en amoríos con un caballero cristiano de distinguida familia sevillana. Una noche, la fermosa, sin ser vista, se enteró del complot que urdían los conjurados y temiendo que su amante pudiera ser una de las victimas de tan macabro plan, lo puso en su conocimiento; éste, sin dudarlo, puso la información recibida en conocimiento del Asistente de la ciudad Diego de Merlo, que de inmediato reunió las fuerzas necesarias que rodearon la casa deteniendo a los conspiradores conduciéndolos a prisión.
   De acuerdo con el manuscrito 1419 que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, los conjurados apresados fueron:

DIEGO DE SUSÓN.- Propietario de tierras al que se le suponía una fortuna de más de 10 cuentos.  Fue uno de los 24 que llevó el palio en el bautizo del príncipe don Juan. Algunas crónicas apuntan que antes de ser entregado al brazo secular se convirtió al cristianismo.
PEDRO FERNÁNDEZ BENADEVA.- Mayordomo de la Iglesia. Padre del canónigo Benadeva y sus hermanos. Tenía en su casa un gran arsenal de armas capaz para 100 hombres.
JUAN FERNÁNDEZ ABULAFIA el Perfumado.- Alcalde de Justicia y Letrado. Los Abulafia era una extensa familia de conversos ricos con grandes posesiones de tierras en Andalucía y Castilla, ejerciendo cargos importantes en la Corte, especialmente durante el reinado de Pedro I el Cruel. En Toledo la casa que conocemos como la del Greco, la construyó y vivió en ella Samuel Leví Abulafia.
JUAN ALEMÁN.- Pocasangre (poca sangre cristiana).
PEDRO FERNÁNDEZ CANSINO.- Veinticuatro de Sevilla y Jurado de San Salvador.
ALONSO FERNÁNDEZ DE LORCA.-
GABRIEL DE ZAMORA.- De la calle Francos. Veinticuatro de Sevilla.
AYLLÓN DE PEROTE.- El de Las Salinas.- Reconciliado y habilitado en 1494.
MEDINA el Barbado, hermano de los Baenas. Controlaba el mercado de la carne en Sevilla.
SEPÚLVEDA Y CORDOBILLA, hermanos, y su sobrino el bachiller RODILLA (otras crónicas apuntan que era el padre). Arrendador del pescado salado de las almadrabas de Portugal.
PEDRO ORTIZ MALLITE.- Cambiador de Santa María.
PERO DE JAÉN el Manco, y su hijo JUAN DE ALMONTE.
LOS ADAFES DE TRIANA, que vivían en el Castillo de San Jorge (Triana), que se convirtió en  sede y prisión de la Inquisición.
ALVARO DE SEPÚLVEDA el Viejo, padre de JUAN JEREZ DE LOYA.
CRISTÓBAL PÉREZ MONDADINA (o Mondaduro), de San Salvador.

   En el citado documento aparecen como los primeros quemados de la Inquisición, el primero de febrero de 1481,  siendo quemados seis de los conjurados y algunas mujeres. Tres días más tarde, fueron llevados al quemadero de Tablada, Susón, Benadeva, Abufalia y Alemán, pero en otras crónicas también figuran Lorca, Loya, Manuel Saulí, el mayordomo Bartolomé de Torralba, el fraile trinitario Salvariego, el anciano Foronda que dudaba del éxito del levantamiento, que subieron a la pira  con un Pocasangre.
   Entre el pueblo corría una coplilla que repetía:

Benadeva, dezí el Credo.
¡Ay que me quemo!

    La represión y persecución se extendió a todo el reino castellano, y de ella no escapó un privado  de Alonso de Aguilar acusado de decir, durante la proximidad de parir la reina Isabel, la frase la reina ha de parir o reventar. Cierto es que muchos escaparon, bien mediante sobornos, confiscación de sus bienes e incluso perdonados por una bula del Papa Sixto IV, como la influyente familia de conversos, los Fernández de Sevilla, protegidos del duque de Medina Sidonia.
   La interdicción cogió de sorpresa a Medina Sidonia que no pudo reaccionar, sobre todo ante la pasividad de los reyes, pero favorece la huida de los conversos dándoles refugio en las tierras de sus señoríos, principalmente en Huelva por su proximidad con la raya de Portugal. Los reyes para atraerlo a él y al marqués de Cádiz empiezan a ofrecerles parte de los bienes confiscados a los judíos.

   La Susona, desesperada y arrepentida ingresó en un convento de clausura del que la sacó el obispo de Tiberiades Reginaldo Romero, en algunas crónicas dicen Rubino, del que tuvo uno o dos hijos. Abandonada por el eclesiástico, llevó una vida miserable muriendo en la indigencia amancebada  con un especiero.  En su testamento ordenó que: y para que sirva de ejemplo a las jóvenes y en testimonio de su desdicha, mando que cuando haya muerto, separen mi cabeza de mi cuerpo, y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás. La tétrica calavera estuvo durante muchos años expuesta en su casa del barrio sevillano de Santa Cruz.
    Este fue el principio de una serie interminable de detenciones, torturas, confiscación de bienes, impuestos excesivos (fardas) y muertes, que culminaron con el Edicto de expulsión promulgado el 31 de marzo de 1492:

Nosotros ordenamos que los judíos y judías de cualquier edad que residan en nuestros dominios o territorios que partan con sus hijos… y que no se atrevan a regresar… y si acaso es encontrado en estos dominios o regresa será culpado a muerte y confiscación de sus bienes…

   Incluso Colón se hace eco del Edicto y lo manifiesta en el Diario de Navegación: Así que, después de haber echado todos los judíos de vuestros reinos y señoríos…
   Desgraciadamente la Inquisición no fue el río de sangre que lavó los pecados de una supuesta herejía en un momento concreto, sino que siguió fluyendo durante cuatro siglos más, dejando tras de sí una vergonzosa estela de injusticia, crueldad, vesania y arbitrariedad gratuitas.  

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